Por Nelson Romero Guzmán
Premio Literario Casa de las
Américas 2015, Poesía.
Profesor de la Universidad
del Tolima, Colombia.
“No nos quedan más comienzos”. Con esta frase
apocalíptica George Steiner inicia su libro
Gramática de la creación (2011).
Su centro de reflexión es el absurdo y la paradoja de la esperanza en las
utopías, a partir de los movimientos de progreso y de decadencia del siglo XX.
Al cansancio de ese siglo le llama “la cronometría interior” que sólo ha
revelado en la cultura occidental “fascinaciones por el ocaso”. Decrepitud,
mortalidad, masacre, bestialización, “eclipse de lo mesiánico”, encierran los
signos de una “oscura condición en la gramática”, pues “la esperanza y el temor
son supremas ficciones potenciadas por la sintaxis” (p.16). Y es que Steiner
entiende la gramática como una condición inherente al Homo sapiens que lo emparenta con un sueño del futuro, ya que las
partículas potenciales del verbo “ser” como “-erá”, “-ería” y “si”, son claves
de la esperanza (p. 16). Así la teología, el arte, el marxismo, la filosofía
platónica e incluso el cartesianismo, vienen a convertirse una “gramatología”
de la esperanza. Una esperanza que ha venido perdiendo su aura de salvación, su
fe en el comienzo y significado para el hombre. De ahí el enunciado contundente
del escritor francés: “no nos quedan más comienzos”.
El presente libro de Jorge Ladino Gaitán Bayona esconde
en su trasfondo un relato trágico: el de la muerte de la Esperanza que la
ficción poética anuncia desde su llegada al hospital. Por eso el primer poema
se declara una “Ficha de ingreso” con los datos de la moribunda:
Nombre:
Esperanza.
Edad:
desconocida.
Condición:
estado de coma.
Luego de elaborada esta ficha de ingreso, Esperanza
(personificación de la esperanza), es conducida a la sala de cuidados
intensivos donde es víctima de prácticas sexuales por parte del enfermero,
quien ya en el segundo poema se encarga no sólo de hacernos este relato
descarnado, sino el de ubicarnos en ese hospicio donde permanecen quienes se
encuentran en estado de postración. Con esta primera escena del ingreso se nos
está pintando un retablo del infierno. Lo que sigue es una danza macabra de
sombras, seres en agonía y atmósferas oscuras alrededor del estado de coma de
la paciente, quien desde su propia conciencia alucinada por el dolor
reconstruye los episodios más duros de la humanidad, que a través de las guerras
y las pestes, vio incumplidas sus deseos. Por eso, el libro Estado de Coma hace un ajuste de cuentas
con los sueños del mañana y la muerte de la utopía como opción de libertad del
hombre del presente que se obstina por obtener respuestas de lo inmediato.
Pero, sobre todo, el libro hace un relato poético valiéndose de la alegoría
como recurso para dar vida a la esperanza (los sueños que aspiramos ver
cumplidos), convertida ahora en Esperanza, mujer decrépita alucinando en el
hospital, exiliada en su propia soledad, abusada por un enfermero, objeto de la
burla y la ironía por parte de los demás enfermos, en fin, una paciente en
perfecto estado de coma.
Este relato poético está marcado por indicios bien
precisos en su composición que ayudan a resignificar la intención del libro.
Así, el autor recurre a una distribución de los apartados que por sí solos nos
señalan el espacio preciso donde tiene suceso el drama final de Esperanza: La
ficha de ingreso como registro y antesala, el primer subtítulo “Puertas adentro”
como la entrada de a moribunda a sala de cuidados intensivos, el segundo
subtítulo “Puertas afuera” como un memorial de las tragedias de la humanidad, y
el tercer subtítulo “Puertas adentro y afuera” como la muerte de Esperanza. El final del libro tiene un cierre
sorprendente a partir del uso vanguardista de un rectángulo negro en mitad de
la página, como ícono poético para sugerir visualmente la idea de la muerte;
color negro que es el minuto de silencio con el que cínicamente la naturaleza
celebra el ocaso de Esperanza, quien durante siglos difamó su verde. Luego se
le iza una bandera blanca en la cama, creando una bella sugerencia de contraste
entre el código visual y verbal. Entonces podemos hablar de un libro que
también propone una lectura desde sus símbolos secretos. Así es como Estado de coma tiene un inicio
contundente, unos intermedios que lo complementan y una simbología de la muerte
que marca su cierre. Estos recursos expresivos hacen dueño al conjunto de los
poemas de una composición poética propia. A propósito, Mijail Bajtin en su
ensayo “Estética de la creación verbal” (1998), se refiere a tres momentos
claves de enunciación que pueden aplicarse a una obra artística: el contenido
temático, el estilo y la composición. Este último rasgo, el de la composición,
es al que se recurre con más frecuencia en la novela desde Cervantes y
escasamente lo hace la poesía. Este hacer hablar al texto desde su organización
intencional, es asunto que también incumbe a la creación, además que un libro
así le crea unas mayores resonancias de sentido a la lectura si el lector las
sabe aprovechar para hallar las claves de su propuesta temática y disfrutar de
un significado mucho más enriquecedor.
Sin embargo, la temática por sí sola es lo que menos debe
interesarle a un lector de poesía; es el lenguaje y sus sugerencias poéticas lo
que en últimas viene a darle forma al significado, a la emoción estética, a la
reflexión y a todos los registros verbales sonoros, metafóricos o simbólicos en
la lectura. En el caso de Jorge Ladino,
como ya se dijo, también cuenta la manera como el poeta entrelaza los elementos
de su composición para armonizarlos con el conjunto interno de los poemas.
Digamos mejor que cada autor hace distintos los mismos temas en poesía o en
cualquier expresión del arte, que en esencia no han cambiado mucho desde Homero
hasta hoy. Así George Steiner en su Gramática
de la creación, desde una escritura literaria de tono elegiaco con legado
filosófico, da su propio testimonio del poder que tiene el hombre de soñar con
el futuro a partir de una gramática que también da cuenta del “estado de coma”
de los credos hasta el siglo XX; la literatura y en general las producciones
artísticas no han hecho más que forjar los diálogos ocultos de las culturas en el
tiempo, desde el inconsciente de la creación. Mi mención a Steiner no es bajo
ninguna circunstancia forzosa para leer
este libro de Jorge Ladino, sino un capricho de azar y una manera de
conectarse cada lector con sus referentes propios en un campo intertextual.
En otro escala de lectura de Estado de coma, Jorge Ladino Gaitán acogió en el poema a la
paradoja como mirada apocalíptica para tejer desde la Esperanza un relato
desesperanzador: el de su muerte, como la muerte de Dios en Nietzsche y el fin de la metafísica. Por la forma como la esperanza muere en el
libro Estado de coma, es sintomática la pérdida de su aura sagrada,
de su ideal de salvación, pues los valores que forjaron la modernidad se
encuentran en estado de coma dado el proyecto inconcluso y fracasado de las
utopías y el ocaso de la creencias. De ahí estos versos: “Los profetas caen de
las torres”. Ante este vacío, el enfermero se convierte en el héroe caído de un
erotismo mundano, ocupando el sitio del hombre posmoderno que perdió la fe en
un Ideal y su capacidad de fantasear con lo por-venir. Entonces, al sentirse burlado
por los incumplimientos de la Esperanza a lo largo de los siglos, la somete a
la injuria de sus apetitos carnales en una sala de cuidados intensivos, para
así atestiguar su muerte física y moral. De ahí que resulte claro su
amordazamiento sexual en el poema VI: “A medianoche, / un enfermero con
cremallera abierta, / apaga la luz y todo pasa sin saberse”. En ese sentido,
este libro es una respuesta poética visceral, limítrofe de la muerte a las
preguntas planteadas hoy por la filosofía posmoderna y apocalíptica de “la
muerte del aura”. En adelante es la Naturaleza la que vuelve alzar su trono en
medio de las ruinas de la Esperanza. Ella es la encargada de anunciarnos su
final en el antepenúltimo poema del libro: “Nadie más difamará el verde y su
pureza, / Esperanza ha muerto”. Lo que sigue es la blasfemia a su ritual
mortuorio.
Abordado más de cerca el asunto de este libro, tenemos
que el creador de estos textos ha recurrido al escenario de los agonizantes (el
hospital) como territorio de la enfermedad, la degradación, el suplicio y la
muerte; a la vez se crean otros escenarios en el que se incrustan pequeños
relatos que le otorgan fisonomía poética el libro. No sólo se da el encuentro
con el enfermero, sino con la sombra del viejo agonizante con quien la
Esperanza entra en un diálogo desafiante. El clima creado en el hospital es el
de un mundo de espectros donde el viejo y la Esperanza entran en juego con su
propia desgracia, apostando a quién muere primero. La sombre del viejo le habla
en burlas a su compañera paralítica, entregándole la silla de rueda “que nadie
empuja”, además de retarla a morir: “Nos decías que eres verde y tienes color
de noche en vela, / de saber cuántos te esperan y no caminar. / Te prestaría la
silla de ruedas que nadie empuja, / el grito y la súplica de un tiro de gracia”.
Está también la partida del “último ajedrez” donde
“Esperanza perdió sus torres y caballos”. Los demás microcosmos poéticos en
torno a la esperanza se van entrecruzando para reconstruir la memoria de las
tragedias: los naufragios históricos, los campos de concentración de la Segunda
Guerra Mundial, las muertes por Peste Negra, los motines de las cruzadas, el
llanto de las madres en la Plaza de Mayo, etc.
Pero también el fútbol como un detonante de la violencia: “Cada guerra
te sabía a Mundial”. El último solfeo de la esperanza es la “música verde para
idiotas”. También el libro se matiza con otras muertes metafóricas como la de
la poesía misma (el sueño frustrado de las vanguardias de inicios del siglo XX)
y del poeta romántico que prefiguró la modernidad: “Tarde o temprano / los
poemas de amor avergüenzan a sus dueños”. Otros, los hijos de la esperanza que
perdieron su retorno a casa, ya sean aquellos que renunciaron a sus sueños:
“los hijos bobos vuelven a casa para siempre” (XIII), o los que fueron
derrotados por la muerte: “algunos hijos vuelven en cofres silenciosos” (XV).
El último episodio de este solfeo entre el verde y el
negro, corresponde a la muerte de la Esperanza: “Nunca Esperanza imaginó este
hospital”. Su muerte es descrita en forma casi realista, como correspondería
a un informe: “Bostezo de aguja en la
muñeca. / Los cables se deslizan por la boca como serpientes. / La cama y la
silla meditan la escena” (VI). Estado de
coma, del poeta Jorge Ladino Gaitán Bayona, no podría ser otro que un libro
de los finales, el término al que ha llegado el hombre de inicios del siglo XXI
envilecido por la esperanza, la que ve morir con todas sus promesas.
Referencias
Steiner, G. (2011). Gramática de la creación. Madrid:
Ediciones Siruela.
Gaitán Bayona, J.
(2015). Estado de coma. Ibagué:
Universidad del Tolima.
IMAGEN DE CARÁTULA: “Utopía en verde ocaso”, óleo sobre
lienzo de Diego Fernando Céspedes.