Por Jorge Ladino Gaitán Bayona
Profesor de Literatura de la Universidad
del Tolima, Colombia
En 1929 la Gaceta Literaria de
España publica una serie de poemas de Rafael Alberti que se convertiría en el
libro Yo era un tonto y lo que he visto me haría dos tontos. Allí
el poeta rinde homenaje a cómicos como Buster Keaton, Harold Lloyd, Stand
Laurel, Oliver Hardy y Charlie Chaplin. Sobre este último tiene un
bello poema titulado “Cita triste de Charlot”:
Mi
corbata, mis guantes,
mis guantes, mi corbata.
mis guantes, mi corbata.
La
mariposa ignora la muerte de los sastres,
la derrota del mar por los escaparates.
Mi edad, señores, 900.000 años. ¡Oh!
la derrota del mar por los escaparates.
Mi edad, señores, 900.000 años. ¡Oh!
Era yo
un niño cuando los peces no nadaban,
cuando las ocas no decían misa
ni el caracol embestía al gato.
Juguemos al ratón y al gato, señorita.
cuando las ocas no decían misa
ni el caracol embestía al gato.
Juguemos al ratón y al gato, señorita.
Lo más
triste, caballero, un reloj:
las 11, las 12, la 1, las 2.
las 11, las 12, la 1, las 2.
A las
tres en punto morirá un transeúnte.
Tú, luna, no te asustes;
tú, luna, de los taxis retrasados,
luna de hollín de los bomberos.
Tú, luna, no te asustes;
tú, luna, de los taxis retrasados,
luna de hollín de los bomberos.
La
ciudad está ardiendo por el cielo,
un traje igual al mío se hastía por el campo.
Mi edad, de pronto, 25 años.
un traje igual al mío se hastía por el campo.
Mi edad, de pronto, 25 años.
Es que
nieva, que nieva,
y mi cuerpo se vuelve choza de madera.
Yo te invito al descanso, viento.
Muy tarde es ya para cenar estrellas.
y mi cuerpo se vuelve choza de madera.
Yo te invito al descanso, viento.
Muy tarde es ya para cenar estrellas.
Pero
podemos bailar, árbol perdido,
un vals para los lobos,
para el sueño una gallina sin las uñas del zorro.
un vals para los lobos,
para el sueño una gallina sin las uñas del zorro.
Se me
ha extraviado el bastón.
Es muy triste pensarlo solo por el mundo.
¡Mi bastón!
Es muy triste pensarlo solo por el mundo.
¡Mi bastón!
Mi
sombrero, mis puños,
mis guantes, mis zapatos.
mis guantes, mis zapatos.
El
hueso que más duelo, amor mío, no es el reloj:
las 11, las 12, la 1, las 2.
las 11, las 12, la 1, las 2.
Las 3
en punto.
En la farmacia se evapora un cadáver desnudo (Alberti, 1996, p.p. 46- 47).
En la farmacia se evapora un cadáver desnudo (Alberti, 1996, p.p. 46- 47).
Alberti asume como voz poética la del
Vagabundo o Carlitos. Insinúa su dolor por la existencia de una ciudad
obsesionada por el progreso, olvidada de toda posibilidad de trascendencia,
irrespetuosa ante lo sagrado: “La ciudad está ardiendo por el cielo” (p.
46). Lo bajo al ocupar el lugar de lo alto sugiere los nuevos dioses
adorados: edificios, máquinas, autos. La vida reducida a la condición de
supervivencia, individuos convertidos en ovejas que se desesperan por llegar
rápido al trabajo, como la escena inicial de Tiempos modernos (1936),
el largometraje donde Chaplin dirige sus dardos críticos contra el Fordismo y
el Taylorismo, métodos de organización positivista del trabajo para aumentar la
producción en serie de las mercancías y mejorar la eficacia de la mano de obra,
no tanto las condiciones económicas y emocionales de obreros a quienes exigen
el máximo rendimiento. Al igual que el cielo, la luna es desacralizada, es
apenas la de “los taxis retrasados” (p. 46) y la del “hollín de los bomberos”
(p. 46); ha dejado de ser la luna de los enamorados, los románticos y los
locos. De ahí que a través de la prosopopeya Charlot sienta su temor y la
consuele. La infinita bondad del personaje lo lleva a proteger la naturaleza: a
un árbol vagabundo como él lo incita a jugar; al viento lo invita a descansar
en su choza. Esa choza de madera es una metáfora del ser, la casa
íntima del hombre, a la que el arte procura salvaguardar, como plantea
Heidegger en “Hölderlin y la esencia de la poesía”.
Charlot, en el poema de Alberti, no es
indiferente a la muerte de los hombres sencillos: un sastre, un transeúnte, “un
cadáver desnudo” (p. 47). Es cercano al creador de Canto a
mí mismo en su percepción de que “los infinitos héroes
desconocidos / valen tanto como los héroes más grandes de la
historia” (Whitman, 1994, p. 82). Al igual que el poeta norteamericano, por su
cuerpo pasa el mundo, la convicción de que hay algo de gesta en las acciones
cotidianas de los humildes. El yo panteísta de Whitman decía: “Muero con el
moribundo / y nazco con el niño que recogen los pañales. / Yo no soy sólo esto
que se alarga / entre mi sombrero y mis zapatos. / Mira atentamente la
pluralidad del universo” (p. 76). Por su parte, Charlot va más allá de los
relojes, retrocede 900.00 años y es uno con la naturaleza: “…cuando
los peces no nadaban, / cuando las ocas no decían misa / ni el caracol embestía
al gato. / Juguemos al ratón y al gato, señorita” (Alberti, 1996, p. 47). Desde
la imaginación habita un tiempo ajeno a los cálculos y afanes. Gracias al juego
consuela su soledad, la tristeza de saber lejana una Edad de Oro, donde el
hombre era hombre y no un mero número en los engranajes de la modernidad y sus
falsas promesas. Es ahí, justamente, cuando el Charlot de Luces de la
ciudad (1931) y Tiempos modernos (1936) se asemeja a
don Quijote de la Mancha:
He dicho 1605 – 1615, Cervantes, don Quijote, la armadura y el almete. Igual hubiera podido decir 1929 – 1939, Charlie Chaplin, Charlot, la chaqueta negra, el bombín y el bastón. Nunca dos obras han estado tan emparentadas. Las dos grandes etapas de la historia moderna están en ellas captadas del mismo modo. Y admiraríamos menos a Cervantes si no fuésemos hombres de la época de Charlie Chaplin (Vilar, 1964, p. 346).
Don Quijote y Charlot, dos protagonistas
de indumentaria curiosa cuyas acciones cómicas –derivadas de una profunda
humanidad- están cargadas de conciencia social, de insatisfacción por las
sociedades de su tiempo: Una España imperial endeudada cuya riqueza del Nuevo
Mundo llegaba rápido a banqueros extranjeros, la ruina generada por la
expulsión de los moriscos y los gastos desmedidos de los nobles, miseria
en las calles donde pululaban pícaros; Estados Unidos y la Gran Depresión, la
caída en los precios de las cosechas, el desempleo por las nubes, la crisis de
la Bolsa, la especulación de los bancos, entre otros factores cuyas
consecuencias fueron el aumento de hambrientos, suicidas y vagabundos.
Las obras de Miguel de Cervantes y Charlie
Chaplin se sustentan en el principio de la risa carnavalesca y eso permite “una
visión del hombre y de las relaciones humanas totalmente diferente, deliberadamente
no oficial, exterior a la iglesia y al estado” (Bajtín, 2002, p. 24). La risa
que generan es ambivalente: “niega y afirma, amortaja y resucita a la vez” (p.
37). De ahí la tristeza que provocan don Quijote y Charlot: en contravía del
mundo en suerte; pocos valoran su honestidad y esfuerzos por cuidar
mujeres desvalidas y huérfanos; van de un lado a otro y observan que las
personas son apariencias, estadísticas, cuidanderos de que la economía funcione
sin importar si son felices los sujetos. El humor tiene la contracara de la
tragedia. Quizás esa sea la razón por la cual el Nobel José Saramago piensa que
“la propia máscara chaplinesca, toda ella en blanco y negro, piel de yeso,
cejas, bigote, ojos como gotas de alquitrán, es una máscara que no desentonaría
nada al lado de las representaciones plásticas del actor trágico”
(2011, p.p. 66).
Chaplin, “sumo poeta de la miseria humana”
–como lo denominó en 1928 César Vallejo en una reseña de En pos del Oro-
logró con Charlot que la comedia cinematográfica no fuera sólo la risa por la
risa, sino que en ella gravitara una conciencia agónica del mundo. Válido es
recordar la advertencia al inicio de El Chico (1921): “una
película con una sonrisa, y tal vez una lágrima”. En pos del Oro (denominada
también La Quimera de Oro) es otro ejemplo de cómo el cine, sin
caer en panfletos o lamentos, puede leer tiempos y espacios específicos sin
descuidar los valores estéticos. En ese largometraje de 1925 está refigurada la
fiebre del Oro en Alaska, los hombres que son capaces de asesinar por tener el
precioso metal, las travesías y muertes de trabajadores que soportaban el duro
invierno. Al respecto, destaca el poeta peruano, “En pos del oro es
una sublime llamarada de inquietud política, una gran queja económica de la
vida, un alegato contra la injusticia social” (Vallejo, 2012). Sin embargo, en
medio del hambre y la decepción, siempre el juego, la risa e imágenes poéticas
como la escena de la danza de los panes, metáfora del hombre que se hace camino
en su lucha por el sustento.
Charlie Chaplin (1889–1977), el genio más
grande del séptimo arte -actor, guionista, director, productor, editor y
compositor musical- hizo que Charlot quedara en los imaginarios universales
como arquetipo: un vagabundo solidario y enamoradizo que ofrenda su dulzura y
humor a los desamparados que encuentra en su periplo. Este Quijote del siglo XX
se desliza de la pantalla a la literatura. Por eso su presencia en poemas y
ficciones. Basta recordar en la literatura latinoamericana: “Canto al hombre
del pueblo, Charlie Chaplin”, de Carlos Drummond de Andrade; “El hombre y el
ángel Chaplin”, de Vicente Huidobro; “Credo”, de Aquiles Nazoa; “Burla burlando
ya van seis delante” y “Más sobre la seriedad y otros velorios”, de Julio
Cortázar; entre otros. De la relación que Chaplin tenía con la literatura dan
cuenta sus poemas y su novela Footlight (escrita en 1948 y
publicada en 2014), novela en la cual se basó Candilejas (1952),
cinta sonora donde el actor británico interpreta a un viejo cómico llamado
Calvero.
Hace cien años nació Charlot, gracias al
cortometraje Kid Auto Race at Venice (1914, conocida en
castellano como Carreras de autos para niños). En “tiempos
líquidos” (Bauman, 2007, p. 14), donde todo es objeto de consumo y los afectos
“escapan de las manos como agua” (p. 19), un acto de rebeldía sería suspender
la inmediatez y conmocionarse con Chaplin y su cine mundo. Charlot no
necesitaba hablar para expresar ideales, críticas sociales y deseos de que el
hombre no fuera medido sólo por el capital que producen sus manos. El personaje
cinematográfico que mejor ha mostrado la alienación y pérdida de transcendencia
del hombre contemporáneo se expresaba con gestos y sonrisas, nunca con la
palabra y sus excesos. Chaplin sabía que “las sirenas tienen un arma más
terrible que el canto: el silencio” (Kafka, 2000, p. 321).
Referencias
Alberti, R. (1996). Yo era un tonto y lo que he visto me haría dos tontos. Madrid: Ediciones Cátedra.
Bajtín,
M. (2002). La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento.
El contexto de François Rabelais. Madrid: Alianza Editorial.
Bauman,
Z. (2007). Tiempos líquidos. Madrid: Tusquets Editores.
Kafka, F.
(2000). El silencio de las sirenas. Cuentos completos. Madrid:
Editorial Valdemar, p.p. 321-322.
Vilar, P.
(1964). El tiempo del “Quijote”. Crecimiento y desarrollo: economía e
historia. Barcelona: Editorial Ariel.
Saramago, J. (2011). El último cuaderno. Santiago
de Chile: Editorial Alfaguara.
Vallejo, C. (2012). En pos del oro, la
obra de mayor anchura estética de Chaplin (reseña publicada originalmente en
Paris, Enero de 1928). Copy Pasted Ilustrado. Recuperado de:
http://copypasteilustrado.com/2012/03/16/cesar-vallejo-chaplin-charles-pelicula-oro-charlot-literatura-cine/
Whitman, W. (1994). Canto a mí mismo.
Bogotá: El Áncora Editores.
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Para citación:
Gaitán Bayona, J. L. (2014). Centenario de
Charlot: Chaplin y la literatura. Candilejas, revista de cine del
Centro Cultural de la Universidad del Tolima, Semestre B de 2014, Volumen 2,
No. 4, p.p. 2-4.