viernes, agosto 22, 2014

NELSON ROMERO GUZMÁN Y LA ECFRASIS EN LA ACTUAL POESÍA COLOMBIANA


Por Jorge Ladino Gaitán Bayona
Profesor de la Universidad del Tolima, Colombia.



(Ponencia realizada el 7 de Agosto de 2014, Universidad Nacional de Costa Rica, Heredia. Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana, JALLA Costa Rica, 2014)



“No es fácil llegar al fondo del abismo / para conocer qué tan alta es la luz” (Romero Guzmán, 2000, p. 43). La antítesis en el verso citado es una declaración de principios sobre un tipo particular de belleza, aquella que para ser posible requiere la inmolación del artista en aras de la inmortalidad de una obra. En el verso podrían estar perfectamente acomodados Baudelaire, Rimbaud, el Conde de Lautréamont, pero también otros que cambiaron el papel y la tinta por las telas y los colores para lograr rupturas significativas con la historia de la pintura: Francisco de Goya y Vincent Van Gogh.  Dichos pintores en su condición de artistas malditos sedujeron al poeta colombiano Nelson Romero Guzmán, quien los incorpora en sus libros La Quinta del Sordo (2006) y Surgidos de la luz (Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia 1999). Los dos libros  hacen parte de una trilogía donde el escritor urde su propuesta estética a partir de la écfrasis. Dicha trilogía cierra con el libro Bajo el brillo de la luna (en proceso de edición), cuyo protagonista es  Edvard Munch.

Esta ponencia centrará su análisis en el libro Surgidos de la luz. Está estructurada en cuatro momentos: el autor;  la ecfrasis; Vincent Van Gogh en Surgidos de la luz; y epílogo. Para la indagación de la ecfrasis se tendrá en cuenta autores como Michael Riffaterre, W. J. Thomas Mitchell, Danilo Albero, Luz Aurora Pimentel y Pedro Antonio Agudelo.



El autor


“Todo poeta verdadero es necesariamente un crítico de primer orden” (Valery, 1990, p. 98). Un buen poeta es el primer verdugo de las debilidades de su creación. Reflexiona sobre su oficio, las entrañas de la palabra, sus artificios y misterios. Es capaz de establecer miradas agudas sobre la obra de otros escritores, generando polémica en la crítica literaria gracias a la lucidez de sus ensayos. Esto es clave tenerlo en cuenta a la hora de pensar en Nelson Romero Guzmán, autor colombiano (nacido en Ataco-Tolima en 1962) cuya labor resulta valiosa en sus dos libros de ensayos en solitario: El porvenir incompleto, tres novelas históricas colombianas (2012) y El espacio imaginario en la poesía de Carlos Obregón (2012).

Nelson Romero Guzmán es una de las principales voces de la actual lírica colombiana. Ha sido incluido en antologías colombianas.  Participante en diversos festivales internacionales de poesía. Entre los reconocimientos recibidos se destacan: Premio Nacional de Poesía Fernando Mejía Mejía (1992); Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia (1999); y Premio Nacional de Literatura –modalidad poesía- del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de la Alcaldía de Bogotá (2007). Ha publicado los libros de poemas Días sonámbulos (1988), Rumbos (1993), Surgidos de la luz (2000), Grafías del insecto (2005), La quinta del sordo (2006), Obras de mampostería (2007) y Apuntes para un cuaderno secreto (con la mexicana Kenia Cano, 2011). Es Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Santo Tomás y Magister en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira en convenio con la Universidad del Tolima (tesis laureada, justamente su investigación sobre la lírica de Carlos Obregón).

Volviendo a la cita de Paul Valery, es primordial resaltar en Nelson Romero Guzmán su capacidad de poetizar despojándose de la camisa de fuerza de los géneros literarios. Varios de sus poemas cuentas historias y a veces hacen digresiones sobre la misma poesía. Como lo postula Gabriel Arturo Castro, “su creación es de gran amplitud literaria en temas y formas, colmada de matices innovadores. Allí enlaza, incorpora y conjuga dos círculos de interpretación: la asimilación de la poesía a la narrativa y el carácter ensayístico de algunos de sus poemas” (2013, p. 86). En sus versos la belleza va más allá del artificio de la imagen puesto que refigura las angustias y satisfacciones del arte.  Las piedras y su abecedario religioso se exploran en Obras de mampostería. Las formas de escritura de hormigas, polillas, mariposas y otros minúsculos animales se encuentran en Grafías del insecto. Las cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Théo se reinventan en Surgidos de la luz. Goya, “convertido en el sacerdote de las grutas abiertas por su pincel” (Romero Guzmán, 2006, p. 29), medita sobre sus brujas y sus cuadros siniestros en La quinta del Sordo.

El poeta Nelson Romero Guzmán asume con seriedad el juego de la máscara. Deja que en él surja para cada libro una voz poderosa que no es su yo biográfico. Como lo resalta en el final de su poema “Carta devuelta” (del libro La Quinta del Sordo), “en mi íntimo ser batalla otro ser, de negros apetitos” (2006, p. 27).  Obviamente en la elección de los protagonistas de sus poemarios hay una predilección por artistas incomprendidos por las sociedades de su tiempo que, a pesar de todo, tenían un carácter visionario. No solamente se encuentran aquí Vincent Van Gogh en el libro Surgidos de la luz o Goya en La Quinta del Sordo, sino también poemas inéditos que incluyó en la antología Mientras el tiempo sea nuestro: “Poema seguramente escrito en 1871, en Tarbes, por Isidore Lucien Ducasse, conde de Lautréamont, designado a sí mismo el hermano de la sanguijuela”; “Poema atribuido a Antonin Marie Joseph Artaud, escrito en Marsella, en 1925, en momentos en que se encontraba enfermo por falta de opio, no incluido todavía en Fragmentos de un diario en el infierno”; y “Posiblemente este poema sacado del bolsillo  de Jean Genet (¿En 1934?) en un café de Katowice, antes de ir a la cárcel”.



La ecfrasis



La ecfrasis es una mímesis doble, en tanto se constituye en “una representación verbal de una representación plástica” (Riffaterre, p. 161). La ecfrasis admite varios niveles de relación entre la sensibilidad estética del escritor y la obra visual: la descripción lírica; la interpretación; y la recreación.  No se trata de la simple imitación o de considerar que el escritor deba traducir al lenguaje verbal lo que es propio del lenguaje pictórico. En este caso lo que opera es la intertextualidad, en tanto hay actos de resignificación, transformación y reinvención. Es arte que nace del arte: literatura que se inspira en las artes visuales, no en cualquier imagen u objeto que se tenga de la realidad.

Frecuentemente se toma la ecfrasis para expresar la existencia de obras líricas que nacen de las artes plásticas,  W. J. Thomas Mitchell en su libro Picture Theory, Essays on Verbal and Visual Representation indica la necesidad de expandir el campo de acción a toda la literatura, lo que permitiría hablar de écfrasis en novelas, cuentos, entre otros. 


La ecfrasis admite varias modalidades. Al respecto, Luz Aurora Pimentel en su artículo “Ecfrasis y lecturas iconotextuales” (2003) presenta la siguiente clasificación:

·         Ecfrasis referencial: “cuando el objeto plástico tiene una existencia material autónoma” (p. 207), y a partir de ese objeto único -un cuadro o una escultura específica- un escritor desarrolla su texto literario.

·         Ecfrasis referencial genérica: los textos literarios en vez de “designar un objeto plástico preciso, proponen configuraciones descriptivas que remiten al estilo o a una síntesis imaginaria de varios objetos plásticos de un artista” (p. 207). El escritor puede aludir en su poema varias obras de un artista plástico, indicar sus temáticas y rasgos sobresalientes en el manejo del color, la luz, entre otros. Es como  si en un poema se ofreciera una mirada panorámica a la obra extensa de un artista visual.

·         Ecfrasis nocional: “el objeto ‘representado’ solamente existe en y por el lenguaje” (p. 207). La obra pictórica que alude o recrea el poeta no es parte del mundo real sino que es una invención del escritor. Como ejemplo de la écfrasis nocional la autora da A la sombra de las muchachas en flor, de Marcel Proust, donde se habla del cuadro “El puerto de Carquethuit”, del pintor Elstir y dicha obra pictórica existe solo en el lenguaje y el relato del escritor francés.

La ecfrasis es un homenaje de un escritor a un pintor. En ella opera “un efecto de elogio o, si se prefiere, un discurso laudatorio” (Riffaterre, 2000, p.  166).  Las profundas resonancias que deja en un autor  uno o varios objetos plásticos de un artista lo llevan a construir mundo, fabular, reinventar y posibilitar nuevas formas de la belleza.


Vincent Van Gogh en Surgidos de la luz


Bienaventurados los artistas malditos porque de sus infiernos personales la belleza erigió  otros cielos, otras eternidades: vidas locas que desafían el statu quo; peregrinos de burdeles y tabernas para cargarse de impulsos eléctricos y luego, en la soledad ritual, inventar obras sublimes. Artistas que pierden su aureola (tal como anunciaba  Baudelaire en el siglo XIX), sufren en carne propia tormentos y recriminaciones para que los sentidos se desordenen entre la multitud y se organicen, nuevamente, a la hora en que las más complejas operaciones de la mente pulen propuestas estéticas que terminan convirtiéndose en canónicas. 

A la  altura de los malditos que alcanzaron la condición de genios (donde sobresalen a nivel lírico François Villon, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y Paul Verlaine) habría que situar en la historia de la pintura occidental a Vincent Van Gogh. Treinta y siete años le bastaron al pintor neerlandés para consolidar una obra de más de 900 cuadros que en la actualidad valen  millones de dólares y se ubican en los mejores museos del mundo, pero que en su tiempo poco dinero le reportaron a su autor, quien sólo logró vender un cuadro en vida. Vincent conoció “lo infinito de la penuria” (Van Gogh, 2005, p. 196). Para dedicarse a la belleza debió paliar el hambre con el dinero que le enviaba Théo, su hermano menor.

La obra pictórica de Van Gogh, así como su biografía –deambular por Europa, escándalos con prostitutas, automutilación  de oreja y otros comportamientos rebeldes- están inmersas en Surgidos de la luz (2000), del autor tolimense Nelson Romero Guzmán. El libro obtuvo el XIV Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia en 1999. Fue publicado por primera vez por la universidad mencionada y luego por la Imprenta Departamental del Tolima. Traducido al inglés por el escritor Andrés Berger Kiss en 2009 bajo el título Sprung from the light.  Sobre Cartas a Théo y los cuadros de Vincent Van Gogh se configura la intertextualidad del libro. Como si se tratara de una liturgia, el primer poema (“Para una iniciación”) es un ritual de preparación donde el poeta confiesa su admiración por el pintor neerlandés, da pistas sobre los objetos y situaciones del arte plástico que serán resinificadas y señala que, aparte de creador, será también mensajero:


¿Quién no hubiera querido ser la mano de Van Gogh? Estos poemas quisieran, por lo menos, revelar al lector los secretos de su oreja mutilada. Por ahora sueño que estoy sentado sobre la silla que dibujó, y que él viene; viene bajo el cielo de Arles, se me acerca y desenrolla un lienzo transparente a través del cual puedo mirar unas campesinas barriendo en los patios de su infancia. Más allá, sembradores de patatas, y los cuervos sobrevolando los trigales por cielos de eternidad. Pero cuando voy a entrar a una casa que me ha dibujado, despierto asomándome por ventanas solares. Antes, el pintor me ha pedido que le lleve a Théo una carta (Romero Guzmán, 2000, p. 9).


El poeta mensajero se sueña Van Gogh y sabe que sus manos saben pintar a través de las palabras. Las menciones de la silla, sembradores de patatas, cuervos, campesinas barriendo, ventanas solares y la oreja mutilada corresponden a cuadros de Van Gogh. Por lo cual, al ofrecer una mirada panorámica a la obra extensa de un artista visual, se da la ecfrasis referencial genérica. La ecfrasis se cimenta en metáforas sugestivas y gestos metaficcionales debido a que la poesía se reflexiona a sí misma, desnudando al lector sus deudas con el arte pictórico: “Estos poemas quisieran, por lo menos, revelar al lector los secretos de su oreja mutilada” (p. 9). Dicha indicación metaficcional es un reconocimiento de los desafíos que impone la ecfrasis: ir más allá del cuadro, contar los secretos y pasado oculto en la tela.  Esta idea se reafirma en el poema “Señales de un autorretrato”:

Que algo suceda en la parte oculta de la tela:
un crimen por ejemplo, y en la escena
unos ojos al revés y una oreja vendada.
Todo ocurrido como en un día sin fecha.
Sólo así nos regalas la confianza
de que la culpa no es del cuchillo que mutila,
sino de la mano que trazó, de un crimen, la gloria (Romero Guzmán, 2000, p. 21).

Se presenta una ecfrasis referencial genérica que trae a ojos del lector los célebres óleos donde Van Gogh hace sus autorretratos con oreja vendada. Se vislumbra, más allá del rostro representado, las lecciones estéticas de quien encuentra en la herida y la experiencia del horror embriones para la creación artística. Esta concepción del arte como “tortura intelectual” (Van Gogh, 2005, p. 32) es la que Vincent le indicaba a su hermano Théo cuando meditaba las palabras de su admirado Jean François Millet: “En el arte hay que jugarse hasta el pellejo” (citado por Van Gogh; 2005, p. 104).  Tras la mano que traza un crimen está la locura como un estado privilegiado de la lucidez que permite romper con normas sociales y estéticas, subvertir la tradición artística, innovar y descubrir formas inéditas de representar la condición humana. Las sensaciones primarias del sujeto (el dolor o el hambre) adquieren un matiz más espiritual pues, más que el cuerpo, importa la obra. Así lo reafirma el poeta (ya no en la voz del mensajero sino del propio Van Gogh) en “Carta”:

Sólo como pan y cerveza.
El hambre es de pinceles, de telas…
Miro los soles concluir en estas tardes verdes
que me aguardan una esperanza, y algo
se crispa en el espíritu insaciable.
El alba me acoge con brazos blancos
y creo comer de las patatas que pinto.
El hambre es de colores.
Envíame un poco de dinero para ganar los días que vienen,
voy a terminar los bordes de un cielo por el que quiero escapar (Romero Guzmán, 2000, p. 11).



Tras este poema que habla del hambre está la antropofagia de Nelson Romero Guzmán a Vincent Van Gogh y sus Cartas a Théo. El poeta conoce a profundidad la correspondencia del artista neerlandés, ha digerido su malestar existencial, pero, fundamentalmente, su profunda convicción en sus pinturas (su catarsis y alimento espiritual).  La simple supervivencia pasa a un segundo plano cuando lo que está en juego es la belleza, la inmortalidad. De ahí que los sentidos no estén subordinados a sus registros originales, sino que se funden para dar cuenta de un credo estético a través de la sinestesia: “El hambre es de colores” (p. 11).  El Van Gogh recreado por el poeta colombiano encuentra el sustento en su propia imaginación: “Creo comer de las patatas que pinto” (p. 11). Más adelante, en el poema II del apartado “La casa amarilla” el poeta dice: “Por dentro, un árbol le manaba frutos. / La lucidez ponía un plato incandescente en su mesa. / Su alma subía al árbol, bajaba de esos frutos y los servía en el plato” (p. 45).

El acto antropofágico con Van Gogh y su correspondencia tiene otro ejemplo en “Invitación que hace Van Gogh a Théo desde un cuarto de postigos cerrados”. A pié de página el autor señala: “Este poema está construido a partir de diferentes frases tomadas de Cartas a Théo” (Romero Guzmán, 2000, p. 15).  Al cuerpo de su poema Nelson Romero incorpora varias de las líneas más sugestivas del pintor a su hermano mecenas: “Me apena que la pintura sea / como una mala amante / que poseyera, que gasta / siempre y jamás es bastante” (citado por Romero Guzmán, 2000, p. 15). Los pensamientos casi aforísticos de Van Gogh se funden con líneas de la imaginación del escritor colombiano posibilitando un todo armónico en el que se explora el ser mismo del arte. La mayoría de los poemas son “artes poéticas” donde el verso se mira a sí mismo para desentrañar la belleza y los vasos comunicantes entre la palabra y la pintura, artes hermanas que –parafraseando a Nelson Romero en el poema citado- funden los bordes de sus cielos para que a través de ellos se arrojen al vuelo artistas, lectores y espectadores.

El libro tiene poemas depurados en el lenguaje (tanto en prosa como en verso), llenos de sonoridades, sinestesias y metáforas. Se siente la agonía del artista que, a pesar del hambre y las deudas, era dedicado a labor estética. Su negación a la esclavitud del trabajo no era una simple forma de la pereza, sino la más elevada y sublime expresión del “ocio creativo”, tal como lo postularon Francesco Petrarca en De vida solitaria, Robert Louis Stevenson en Apología del ocio y Bertrand Russel en  Elogio de la Ociosidad. A los ojos del poeta, el pintor de girasoles era “alguien a quien le fue dada la santidad del ocio / para pintar la eternidad” (Romero Guzmán, 2000, p. 33).


Epílogo

En una carta del 15 de Agosto de 1888 Vincent Van Gogh le confesó a su hermano Théo: “La pintura, tal como hoy aparece, promete volverse más sutil, más música y menos escultura” (2005, p. 199). Más que  el reconocimiento de las fronteras difusas de las artes, sus palabras parecieran proféticas frente a cómo sus propios cuadros serían inspiradores de poesía, esa otra forma de la música, según Schopenhauer y Nietzsche. Sus cuadros y su existencia maldita serían refigurados líricamente gracias a las posibilidades de la ecfrasis.
El artista neerlandés abrevó en su propia desolación y en las múltiples resonancias de la vida campestre para crear representaciones pictóricas que alumbraban su condición de demiurgo: “El pintor, en su taller alucinado, regalaba su camisa a los vientos, excitado de sobrenaturaleza” (Romero Guzmán, 2000, p. 17). Su vida y obra tienen una casa de lujo en la ficción, justamente Surgidos de la luz, de Nelson Romero Guzmán. El libro enriquece la tradición lírica nacional que ha tomado a Van Gogh como protagonista, piénsese, por ejemplo, en los poemas “Una lección de inocencia” de Héctor Rojas Herazo  y “Cinco veces Van Gogh”  de Juan Manuel Roca, o en los libros Del huerto de Van Gogh (1990) de León Gil  y La casa amarilla (2011), de Jorge Eliécer Ordóñez.  Dichos autores se articulan, a la vez, a una prolífica tendencia iberoamericana que ha generado propuestas líricas entrando en relación intertextual con la pintura, como bien lo han hecho el chileno Gonzalo Millán,  el mexicano Octavio Paz, y los españoles Irene Sánchez Carrón, Olvido García Valdés, Joaquín Lobato y Antonio Colinas, entre otros.
Cabe resaltar que Surgidos de la luz y otras creaciones del escritor tolimense inspiraron el poemario Raíces (2013), de Pastor Polanía.  Al inicio el autor reconoce: “Realizado con la lectura de las obras escritas por Nelson Romero Guzmán, a quien dedico estos poemas” (p. 5).  Varios versos de Nelson Romero - indicados unos a través de epígrafes y otros finamente aludidos- le permiten a Pastor Polanía erigir su universo estético en conexión temática con la obra del poeta homenajeado: la búsqueda de la eternidad mediante la belleza; la miseria, soledad y angustia de artistas incomprendidos en su tiempo; la  obsesión por Van Gogh, Goya y Chagall.

En Surgidos de la luz hay una estética de la conmoción en la cual “la poesía es la instauración del ser con la palabra” (Heidegger, 2005, p. 137). Las angustias y convicciones estéticas de Van Gogh se recrean desde los valores plásticos, emotivos y sonoros del lenguaje. Como indica Gabriel Arturo Castro, “por fortuna, Romero Guzmán, ante el reto de incursionar por la obra del pintor holandés, toma lo esencial: su alcance profético, la función instituyente, original y ontológica de la imagen, su profunda y dolorosa complejidad sicológica” (2013, p. 183). En sus poemas la imagen poética va más allá de la transgresión lúdica de los signos lingüísticos y contiene en su interior el ser, el mundo, la historia y el  Vincent Van Gogh reinventado por la fecunda imaginación de Nelson Romero Guzmán.





Referencias


Agudelo, P. (2011). Los ojos de la palabra. La construcción del concepto de ecfrasis, de la retórica antigua a la crítica literaria. Lingüística y literatura, Revista de la Universidad de Antioquia, No. 60, p.p. 75-92.
Albero, D. (2007). La ecfrasis como mímesis. Buenos Aires: Universidad Nacional de San Martín, Instituto de Altos Estudios Sociales.
Castro, G. A. (2013). Extravíos, comentarios bibliográficos de ida y vuelta. Pereira: Klepsidra Editores.
Castro, G. A. (2013). Nelson Romero Guzmán. Mientras el tiempo sea nuestro, antología poética de Lilia Gutiérrez Riveros, Nelson Romero Guzmán, Winston Morales Chavarro y Andrés Berger Kiss. Santa Marta, Colombia: Ediciones Exilio, p.p. 85 -86.
Friedrich, H. (1974). La estructura de la lírica moderna, de Baudelaire hasta nuestros días.  Barcelona: Seix Barral.
Heidegger, M. (2005). Arte y poesía. México: Fondo de Cultura Económica.
Mitchell, W. J. T. (1994). Picture Theory: Essays on Verbal and Visual Representation. Chicago: The University of Chicago Press.
Pimentel, L. A. (2003). Ecfrasis y lecturas iconotextuales. Poligrafías, revista de literatura comparada, No. 4, Universidad del Valle, p.p. 205-215.
Polanía, P. (2013). Raíces. Neiva: Altazor Editores.
Riffaterre, M. (2000). “La ilusión de la ecfrasis”. Literatura y pintura. Antonio Monegal (ed.). Madrid: Editorial Arco, p.p. 161-183.
Romero Guzmán, N. (2013). Canción para un final. Mientras el tiempo sea nuestro, antología poética de Lilia Gutiérrez Riveros, Nelson Romero Guzmán, Winston Morales Chavarro y Andrés Berger Kiss. Santa Marta, Colombia: Ediciones Exilio, p.p.  83-143.
Romero Guzmán, N. (2012). El espacio imaginario en la poesía de Carlos Obregón. Pereira: Universidad Tecnológica de Pereira.
Romero Guzmán, N. (2012). El porvenir incompleto, tres novelas históricas colombianas. Bogotá: Biblioteca Libanense de Cultura.
Romero Guzmán, N. (2006). La Quinta del Sordo. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Romero Guzmán, N. (2000). Surgidos de la luz. Ibagué: Imprenta Departamental del Tolima.
Valery, P. (1990). Teoría poética y estética. Madrid: Editorial Visor.


Van Gogh, V. (2005).  Cartas a Théo. Barcelona: Edicomunicación S.A. 

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jueves, mayo 01, 2014

CENIZAS DEL BUFÓN, LA LOCURA Y LA RISA



Por Nelson Romero Guzmán
(Poeta colombiano)




“La tragedia es un momento alegre”.
                    Jean Genet
                                                                        
Carátula: "Luz y sombra engendrando locura", de Diego Fernando Céspedes
I


El presente libro de poemas de Jorge Ladino Gaitán Bayona está inspirado en el personaje el Guasón, de la película Batman, el caballero de la noche (2008), del director inglés Christopher Nolan. Sin embargo, la escritura de Gaitán Bayona no pretende ser una copia del cine, ni rendir tributo servil al argumento de la película. Se trata más bien de la recreación poética de un personaje del cine a través de una escritura paródica. Así como la literatura es llevada al cine, aquí el cine es llevado a la literatura, más exactamente a la poesía; en ese camino de ida y vuelta se permean dos expresiones artísticas que se han buscado y necesitado de manera incesante. Esta vez se da el salto del comic al cine y del cine a la poesía. En cada uno de esos trayectos se renuevan las visiones y se recrean las imágenes a su manera, para obtener como resultado una nueva lectura.

En Cenizas del bufón la escritura de Jorge Ladino Gaitán asume de frente la máscara de la parodia. En la división del libro en sus dos partes, “Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento”, se apodera una voz profética anclada en una bufonada bíblica. Esto lo dejaremos para unas líneas más adelante. Por ahora, resulta clave decir que una de las máscaras desconocidas del bufón que sale a la luz en este libro de poemas es la de un Guasón escritor; más propiamente, la de un creador a través de la destrucción como ese “momento alegre” de la tragedia, para volver al epígrafe de Jean Genet. Es por ello que los textos de Gaitán Bayona están construidos a partir de imágenes de la destrucción. Clave este ademán de escritura, porque el Guasón viene a emerger en nuestros tiempos como prototipo del “poeta maldito”, adorador del mal, siguiendo la tradición del malditismo literario en las figuras de Isidore Ducasse, Conde Lautréamont, en el siglo XIX, y el mismo Jean Genet en el siglo XX. El primero autor de Los cantos de Maldoror (1869) y el segundo de Diario del ladrón (1949). Estos autores, separados en el tiempo, estuvieron hermanados por la búsqueda de la perfección a través de la santificación del crimen. Lautréamont invoca a Dios en sus cantos como a un Celestial Bandido. Al Guasón le caerían como anillo al dedo estas palabras de Maldoror contra aquellos que abanderan la esclavitud del orden: “Legisladores de estúpidas instituciones, inventores de una moral estrecha, alejaos de mí pues soy un alma imparcial”. También Genet busca conquistar el infinito por los medios más insensatos: El homosexualismo, la traición, el robo y la cárcel. Afirma en su diario que “negando las virtudes de vuestro mundo, los criminales aceptan, desesperadamente, organizar un universo prohibido”. Así es como el escritor moderno fustiga los valores que han dado vida a una doble moral, que no por legal, destructora de su mismo orden en las sociedades de todos los tiempos. Para el Guasón el bien no es más que una cuota de lo inmoralidad y el compromiso del escritor que encarna es la inversión del orden, convirtiendo el mal en virtud.


II


Pasemos ahora a la división del libro, tan importante para un sentido global de lectura. El “Antiguo Testamento” se presenta aquí como un mundo en reposo y la materia que lo define es el agua, reiteradamente aludida a través del mar y del naufragio. El “Nuevo Testamento” se construye como espacio en movimiento, en continua metamorfosis, y el elemento que lo nombra es el fuego.

De la quietud de lo antiguo hace parte la cotidianidad chata de un hombre que se acomoda a vivir conforme a sus necesidades y los principios impuestos por una moral bastante estrecha a la manera de barrotes de una jaula. Por eso la jaula de la moral es reiterativa en los poemas de la primera parte. Ellos aluden  a esa rutina milenaria, pivote de lo sagrado. Basta que un verso diga: “El hastío acecha”, y ya es suficiente para designar esa vida fútil donde más adelante otro verso se alza para decir al hombre atado a los mandamientos del “Antiguo Testamento”: “Los recuerdos se escupen dos veces / y se guardan en cajones oscuros”. En los textos de Ladino Gaitán la rutina está representada en forma alegórica, en  la imagen de un Caronte con su  barca yendo y viniendo al mismo puerto; su vivir es un naufragio diario: “un náufrago de las ocho horas y sus extras”. Para sostenerse en el mar de lo cotidiano, necesita como timón una moral férrea, donde su único heroísmo está en lo que expresan estos versos: “Te nombraron empleado del mes, / tras los aplausos / cañones invisibles arruinaron tu embarcación”.

La ironía se esconde en los textos de este testamento, en donde el bufón se encuentra expulsado –o prefigurado en lo antiguo-, pues quien aquí gobierna es el rey. Pero en el poema titulado “Hay jaulas detrás de las pupilas” se desvela que “la sangre se ríe de sus trucos”.  ¿Y cuál es el truco o la trampa del rey? Es este su mandato: “Trabajo y agujas, / hijos y agujas / y tú descalzo”. Agujas que son la ruina y el dolor del trabajo, la forma presente de la expulsión del paraíso en el Génesis. Páginas adelante del poemario, el bufón se valdrá de las cenizas del héroe y de sus víctimas para dar paso a la redención que sólo se logra a través del caos, la destrucción y el crimen, gracias a cuotas de emoción, locura y risa siniestra. Son los tiempos que ahora corresponden al “Nuevo Testamento”, el nacimiento del Antimesías. Ya en la primera parte se prefigura ese bufón de la modernidad que arrasará con los valores de la antigüedad. El último verso del “Antiguo Testamento” lo anuncia: “Detrás de la aurora el espanto araña su rostro, / adelante la ciudad el vértigo”.


III


En el “Nuevo Testamento” aparece este verso alusivo al Guasón: “Siglos y siglos de metamorfosis y espanto le dieron la locura y la risa”. Aquí nace el bufón en el poemario de Jorge Ladino Gaitán. Digamos que sufre otra  de sus metamorfosis históricas: un burlón que burla la bufonería y bromea con cosas serias: Dios, la moral social, la civilización, las instituciones políticas y económicas de Gótica, ciudad víctima de su nuevo proyecto de hombre. Es bueno en este punto traer a colación el estudio que hizo Mijail Bajtín sobre la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, quien comenta que el bufón, como figura carnavalesca, es la “inversión del rey”, además que era víctima sacrifical de ciertos ritos; persona deforme y repugnante; era quemado y sus cenizas se echaban al mar, como un rito que elevaba lo inferior a lo superior. En el libro Cenizas del bufón, la ceniza ya no es sólo la de su cuerpo, sino la de toda una ciudad con sus habitantes; de ahí también la imagen tributaria del dinero convertido en ceniza y el robo como limpieza de la explotación. Para lograr ese cometido, la locura y la risa se convierten en armas letales.

Una de las imágenes bufonescas en el libro se plantea en este verso: “Sonrisa de la piedra sobre el rostro de la anciana”; seguidamente la piedra, luego de quebrantar el orden de lo antiguo, se metamorfosea en lo nuevo a partir de la imagen de la sensualidad en los versos que siguen: “…y la piedra como si nada, / tirada, / tomando el sol con su bikini blanco”. Las palabras son poderosas en este poema titulado “Sonrisa de la piedra”, no en vano el blanco del bikini burla al asesino; es el bufón el que escribe el testamento, el que bromea con la poesía. Él mismo se seduce en el espejo del arte, pues luego de sembrar el terror en las calles de Gótica, reflexiona como poeta del mal: “Me creía loco pero el mundo anda peor, / algún crítico dirá que no fui terrorista / sino artista conceptual y hasta poeta”.  Como se ve, asume la máscara del poeta futurista, destructor de museos y creador de una nueva belleza elevada al crimen.

¿Y qué mejor postre para un bufón que su propia carne, su risa y los destrozos de la ciudad? Los poemas retornan al rito de la antropofagia: “postre de Guasón, tarta de risas”.  “Nuevo Testamento”, el segundo y final apartado de este libro, que reitero da nacimiento al bufón, lo hace a partir de otro rito: el de la regeneración. Vale la pena detenerse en el primer poema de esta segunda parte, el titulado “Destrucción del héroe”,  el cual se abre con un epígrafe tomado de unas palabras del Guasón en la película de Nolan: “Tuve una visión de un mundo sin Batman”. Y es que Batman reencarna el “Antiguo Testamento”; muerto Batman como salvador de Gótica, de sus cenizas nace el Guasón con valores renovados, inversos, representando un “Nuevo Testamento”. El bufón podría ser también la sepultura de Batman y a la vez su nacimiento o regeneración. Este poema, estructurado en cuatro partes, lo dice todo. Aquí se maneja una perfecta ambivalencia de quien deja oír su nueva voz frente a la del pasado: “Dios del caos, / no esclavo del orden”. Al nacer el Bufón, Batman es un falso héroe, por eso lo recrimina de esta manera: “La estupidez rebosó la copa (…) / quisiera prenderte tus alas de juguete / y verte arder en tu falsa cruz, / tu falso credo”. Enseguida se dará paso al lenguaje de la parodia del texto bíblico a través de la reconocida oración del Nuevo Testamento bíblico, con la que Cristo enseñó a sus apóstoles. Y viene, un tanto oculta, otra bella parodia, esta vez al mito de Prometeo. Para ello, el poeta se vale de la pintura, esta vez la obra del pintor Diego Fernando Céspedes que ilustra la carátula del libro, la cual se integra en el poema titulado “En la cabeza del fosforo”. En la imagen el Guasón mira con sonrisa siniestra la breve llama de un fósforo. En la cerilla ve el horror, presagia la destrucción de Gótica y se lee a sí mismo: “esta risa y estos versos, / el antiguo y el nuevo testamento”.

Si en el “Antiguo Testamento” era el vino y la hostia, en el nuevo es la gasolina y el cigarro. Así, el libro de Jorge Ladino Gaitán Bayona habla a dos voces, construyendo miradas paralelas de un personaje que reencarna lo nuevo y lo antiguo, lo que nace y muere, de ahí el símbolo de la ceniza, tan vital para el lenguaje.

La locura y la risa son los ingredientes que mejor definen la atmósfera del libro.  La risa, como artificio del bufón, le sirve para burlarse de lo que a su paso destruye con violencia. Por eso, volviendo a Lautréamont, la risa eleva al criminal. La locura, por su parte, es capaz de ver el mundo sólo en un orden aparente. Risa y locura son armas destructoras y a la vez misteriosas, juntas alcanzan la perfección moral a través de la anarquía, pues el bufón ve en el orden establecido de la ciudad, una amenaza y no una forma de la salvación. Jorge Ladino ha logrado recrearnos una mirada del poeta maldito a través del Guasón. El cine le ha servido de telón de fondo para ver nacer un nuevo y un antiguo testamento. Cada lector de este libro será el encargado de mirar el mundo, su mundo, a través de la máscara del bufón. Mi lectura no es más que una aproximación a la locura y a la risa del personaje del cine recreado en los poemas de Jorge Ladino Gaitán Bayona.




SELECCIÓN DE POEMAS DE CENIZAS DEL BUFÓN



BUFÓN SINIESTRO




Bufón siniestro que burlas los cielos,
alabado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu risa.
Estallen tus bombas en Gótica como en el infierno.

Danos hoy tu rencor, pan de cada día.
Maldice nuestros naufragios
como también maldecimos las cunas y los nacimientos.
Déjanos caer en la desesperación y líbranos del perdón.

Armen.


DESTRUCCIÓN DEL HÉROE



 “Tuve una visión de un mundo sin Batman”.
Palabras del Guasón en Batman, el caballero de la noche (2008).


I


¿No te hastías del aplauso?
¿niño bueno aunque asesinaran a tus padres?
….Si quebraras la máscara y su mansedumbre,
….si inventaras fuegos en vez de apagarlos,
Dios del caos,
no esclavo del orden.
Los crímenes borrados son titulares de periódico,
los crímenes provocados apuntan a la gloria.
La memoria guarda traumas y muertos,
no aguas calmas ni borregos.
La ciudad que odia, recuerda.
La ciudad que ama, olvida.

¿De qué lado te pretendes?
¿héroe o villano?
¿Moda o eternidad?


II


No busques a tus padres en el vuelo de un murciélago,
no son pinceles sus alas cuando dibujan formas en el cielo,
acepta tu orfandad y déjalo esparcir las semillas de la locura,
deslizarse en su sonido como barco de fantasmas ebrios,
suya la noche y sus insectos,
sus ganados,
sus perros.
Un murciélago es un murciélago,
no espejo ni disfraz de un héroe.
¿Por qué un mamífero volador
como redentor del hombre y sus miserias?
¿Batman?
¿Hombre murciélago?
La estupidez rebosó la copa,
se sonrojan las cuevas  
y el viento estalla en improperios,
quisiera prender tus alas de juguete
y verte arder en tu falsa cruz,
tu falso credo.


III


No quites a la suerte sus puñales de niebla,
sus alfileres robando a la carne sus secretos,
sus panes azules sobre bocas que no abrirán sus ojos.
Déjala danzar sobre cuerpos calcinados;
si los desmorona y tira al viento es su noche,
su fiesta.
No le hables de cordura  
si en luna llena muta en lobo
y desgarra en cada cuna su cordero.
No la retes si entra a cine con traje de granadas.
A la suerte no tientan héroes ni parábolas,
se reiría en tu cara apretando tu entrepierna.


IV


Nada puedes contra el sueño.
Al dormir pierdes la fuerza,
vano gritar,
hay anzuelos en tus labios.
Te golpean de todos lados,
tus puños de arena nada hieren,
tus puntapiés avergonzarían los pétalos.
¿Cuánta levedad mientras el miedo araña?

Te miran y odian recién nacidos y gatos,
ancianos y perros que orinan a tu paso.

¿A quién rogar por un poco de justicia?
Las monedas caen de los edificios,
Millones de Judas las recogen y te prenden fuego.
Te arrodillas en  mitad del círculo.
Mírate solo, cruz en llamas en las tierras del sueño,
no paras de arder.
¿Dónde tu viejo mayordomo?
¿Por qué no elige despertarte?


EN LA CABEZA DEL FÓSFORO



A Diego Fernando Céspedes
y su óleo sobre lienzo “Luz y sombra engendrando locura”.



En la cabeza del fósforo el mundo contra las cuerdas.
Unos perdonan y fuman un cigarro,
otros prenden chimeneas y cuentan sus historias.
¿Cuánto horror en la cerilla?
No soy Aladino para frotar tres veces,
un roce y Gotica arderá para siempre.
La locura estalla su camisa de fuerza,
se abre lento, flor maldita.
No es sólo una llama jugando entre mis dedos,
mis ojos se alumbran más allá del fuego,
veo gritos que vendrán como fantasmas ciegos,
montañas de dinero ardiendo,
las cartas suicidas de los dioses,
la noche de los mutilados,
navajas cruzando muñecas,
cuerpos donde la luna apuñala lobos,
una monja y un sacerdote en un burdel,
calles donde las sombras degüellan a sus dueños,
bombas nucleares en los museos,
la ciudad en ruinas,
esta risa y estos versos,
el antiguo y el nuevo testamento.



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La imagen de la carátula, inspirada en los versos del libro, es un óleo sobre lienzo del pintor tolimense Diego Fernando Céspedes y se titula "Luz y sombra engendrando locura".



El prólogo es de Nelson Romero Guzmán, poeta colombiano (Ataco-Tolima, 1962). Ganador de varios reconocimientos, entre los que se destacan el Premio Nacional de Poesía “Fernando Mejía Mejía” (1992), Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia (1999) y Premio Nacional de Literatura –modalidad poesía- del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de la Alcaldía de Bogotá (2007). A nivel lírico ha publicado los libros Días sonámbulos (1988),Rumbos (1993), Surgidos de la luz (2000), Grafías del insecto (2005), La quinta del sordo (2006), Obras de mampostería (2007) y Apuntes para un cuaderno secreto (con la mexicana Kenia Cano, 2011). A nivel de crítica literaria ha publicado los libros El porvenir incompleto, tres novelas históricas colombianas (2012) y El espacio imaginario en la poesía de Carlos Obregón(2012). Es Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Santo Tomás y Magister en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira en convenio con la Universidad del Tolima.

LA POESÍA COMO CONTRACARA DE LA VIOLENCIA COLOMBIANA EN LOS VELOS DE LA MEMORIA, DE JORGE ELIÉCER PARDO RODRÍGUEZ

  Jorge Ladino Gaitán Bayona (Grupo de Investigación en Literatura del Tolima, Universidad del Tolima)     Ponencia del 13 de noviembre de 2...