sábado, noviembre 29, 2014

CENTENARIO DE CHARLOT: CHAPLIN Y LA LITERATURA


Por Jorge Ladino Gaitán Bayona
Profesor de Literatura de la Universidad del Tolima, Colombia




En 1929 la Gaceta Literaria de España publica una serie de poemas de Rafael Alberti que se convertiría en el libro Yo era un tonto y lo que he visto me haría dos tontos. Allí el poeta rinde homenaje a cómicos como Buster Keaton, Harold Lloyd, Stand Laurel, Oliver Hardy y Charlie Chaplin. Sobre este último  tiene un bello poema titulado “Cita triste de Charlot”:



Mi corbata, mis guantes,
mis guantes, mi corbata.
La mariposa ignora la muerte de los sastres,
la derrota del mar por los escaparates.
Mi edad, señores, 900.000 años. ¡Oh!
Era yo un niño cuando los peces no nadaban,
cuando las ocas no decían misa
ni el caracol embestía al gato.
Juguemos al ratón y al gato, señorita.
Lo más triste, caballero, un reloj:
las 11, las 12, la 1, las 2.
A las tres en punto morirá un transeúnte.
Tú, luna, no te asustes;
tú, luna, de los taxis retrasados,
luna de hollín de los bomberos.
La ciudad está ardiendo por el cielo,
un traje igual al mío se hastía por el campo.
Mi edad, de pronto, 25 años.
Es que nieva, que nieva,
y mi cuerpo se vuelve choza de madera.
Yo te invito al descanso, viento.
Muy tarde es ya para cenar estrellas.
Pero podemos bailar, árbol perdido,
un vals para los lobos,
para el sueño una gallina sin las uñas del zorro.
Se me ha extraviado el bastón.
Es muy triste pensarlo solo por el mundo.
¡Mi bastón!
Mi sombrero, mis puños,
mis guantes, mis zapatos.
El hueso que más duelo, amor mío, no es el reloj:
las 11, las 12, la 1, las 2.
Las 3 en punto.
En la farmacia se evapora un cadáver desnudo (Alberti, 1996, p.p. 46- 47).





Alberti asume como voz poética la del Vagabundo o Carlitos. Insinúa su dolor por la existencia de una ciudad obsesionada por el progreso, olvidada de toda posibilidad de trascendencia, irrespetuosa ante lo sagrado: “La ciudad está ardiendo por el cielo” (p. 46).  Lo bajo al ocupar el lugar de lo alto sugiere los nuevos dioses adorados: edificios, máquinas, autos. La vida reducida a la condición de supervivencia, individuos convertidos en ovejas que se desesperan por llegar rápido al trabajo, como la escena inicial de Tiempos modernos (1936), el largometraje donde Chaplin dirige sus dardos críticos contra el Fordismo y el Taylorismo, métodos de organización positivista del trabajo para aumentar la producción en serie de las mercancías y mejorar la eficacia de la mano de obra, no tanto las condiciones económicas y emocionales de obreros a quienes exigen el máximo rendimiento. Al igual que el cielo, la luna es desacralizada, es apenas la de “los taxis retrasados” (p. 46) y la del “hollín de los bomberos” (p. 46); ha dejado de ser la luna de los enamorados, los románticos y los locos. De ahí que a través de la prosopopeya Charlot sienta su temor y la consuele. La infinita bondad del personaje lo lleva a proteger la naturaleza: a un árbol vagabundo como él lo incita a jugar; al viento lo invita a descansar en su choza.  Esa choza de madera es una metáfora del ser, la casa íntima del hombre, a la que el arte procura salvaguardar, como plantea Heidegger en “Hölderlin y la esencia de la poesía”.

Charlot, en el poema de Alberti, no es indiferente a la muerte de los hombres sencillos: un sastre, un transeúnte, “un cadáver desnudo” (p. 47).  Es cercano al creador de Canto a mí mismo en su percepción de que  “los infinitos héroes desconocidos / valen tanto como los héroes  más grandes de la historia” (Whitman, 1994, p. 82). Al igual que el poeta norteamericano, por su cuerpo pasa el mundo, la convicción de que hay algo de gesta en las acciones cotidianas de los humildes. El yo panteísta de Whitman decía: “Muero con el moribundo / y nazco con el niño que recogen los pañales. / Yo no soy sólo esto que se alarga / entre mi sombrero y mis zapatos. / Mira atentamente la pluralidad del universo” (p. 76). Por su parte, Charlot va más allá de los relojes, retrocede 900.00 años y es  uno con la naturaleza: “…cuando los peces no nadaban, / cuando las ocas no decían misa / ni el caracol embestía al gato. / Juguemos al ratón y al gato, señorita” (Alberti, 1996, p. 47). Desde la imaginación habita un tiempo ajeno a los cálculos y afanes. Gracias al juego consuela su soledad, la tristeza de saber lejana una Edad de Oro, donde el hombre era hombre y no un mero número en los engranajes de la modernidad y sus falsas promesas. Es ahí, justamente, cuando el Charlot de Luces de la ciudad (1931) y Tiempos modernos (1936) se asemeja a don Quijote de la Mancha:


He dicho 1605 – 1615, Cervantes, don Quijote, la armadura y el almete. Igual hubiera podido decir 1929 – 1939, Charlie Chaplin, Charlot, la chaqueta negra, el bombín y el bastón. Nunca dos obras han estado tan emparentadas. Las dos grandes etapas de la historia moderna están en ellas captadas del mismo modo. Y admiraríamos menos a Cervantes si no fuésemos hombres de la época de Charlie Chaplin (Vilar, 1964, p. 346).


Don Quijote y Charlot, dos protagonistas de indumentaria curiosa cuyas acciones cómicas –derivadas de una profunda humanidad- están cargadas de conciencia social, de insatisfacción por las sociedades de su tiempo: Una España imperial endeudada cuya riqueza del Nuevo Mundo llegaba rápido a banqueros extranjeros, la ruina generada por la expulsión de los moriscos y los gastos desmedidos de los nobles,  miseria en las calles donde pululaban pícaros; Estados Unidos y la Gran Depresión, la caída en los precios de las cosechas, el desempleo por las nubes, la crisis de la Bolsa, la especulación de los bancos,  entre otros factores cuyas consecuencias fueron el aumento de hambrientos, suicidas y vagabundos.

Las obras de Miguel de Cervantes y Charlie Chaplin se sustentan en el principio de la risa carnavalesca y eso permite “una visión del hombre y de las relaciones humanas totalmente diferente,  deliberadamente no oficial, exterior a la iglesia y al estado” (Bajtín, 2002, p. 24). La risa que generan es ambivalente: “niega y afirma, amortaja y resucita a la vez” (p. 37). De ahí la tristeza que provocan don Quijote y Charlot: en contravía del mundo en suerte; pocos valoran su  honestidad y esfuerzos por cuidar mujeres desvalidas y huérfanos; van de un lado a otro y observan que las personas son apariencias, estadísticas, cuidanderos de que la economía funcione sin importar si son felices los sujetos. El humor tiene la contracara de la tragedia. Quizás esa sea la razón por la cual el Nobel José Saramago piensa que “la propia máscara chaplinesca, toda ella en blanco y negro, piel de yeso, cejas, bigote, ojos como gotas de alquitrán, es una máscara que no desentonaría nada al lado de las representaciones plásticas  del actor trágico” (2011, p.p. 66).

Chaplin, “sumo poeta de la miseria humana” –como lo denominó en 1928 César Vallejo en una reseña de En pos del Oro- logró con Charlot que la comedia cinematográfica no fuera sólo la risa por la risa, sino que en ella gravitara una conciencia agónica del mundo. Válido es recordar la advertencia al inicio de El Chico (1921): “una película con una sonrisa, y tal vez una lágrima”. En pos del Oro (denominada también La Quimera de Oro) es otro ejemplo de cómo el cine, sin caer en panfletos o lamentos, puede leer tiempos y espacios específicos sin descuidar los valores estéticos. En ese largometraje de 1925 está refigurada la fiebre del Oro en Alaska, los hombres que son capaces de asesinar por tener el precioso metal, las travesías y muertes de trabajadores que soportaban el duro invierno. Al respecto, destaca el poeta peruano, “En pos del oro es una sublime llamarada de inquietud política, una gran queja económica de la vida, un alegato contra la injusticia social” (Vallejo, 2012). Sin embargo, en medio del hambre y la decepción, siempre el juego, la risa e imágenes poéticas como la escena de la danza de los panes, metáfora del hombre que se hace camino en su lucha por el sustento.

Charlie Chaplin (1889–1977), el genio más grande del séptimo arte -actor, guionista, director, productor, editor y compositor musical- hizo que Charlot quedara en los imaginarios universales como arquetipo: un vagabundo solidario y enamoradizo que ofrenda su dulzura y humor a los desamparados que encuentra en su periplo. Este Quijote del siglo XX se desliza de la pantalla a la literatura. Por eso su presencia en poemas y ficciones. Basta recordar en la literatura latinoamericana: “Canto al hombre del pueblo, Charlie Chaplin”, de Carlos Drummond de Andrade; “El hombre y el ángel Chaplin”, de Vicente Huidobro; “Credo”, de Aquiles Nazoa; “Burla burlando ya van seis delante” y “Más sobre la seriedad y otros velorios”, de Julio Cortázar; entre otros. De la relación que Chaplin tenía con la literatura dan cuenta sus poemas y su novela Footlight (escrita en 1948 y publicada en 2014), novela  en la cual se basó Candilejas (1952), cinta sonora donde el actor británico interpreta a un viejo cómico llamado Calvero.

Hace cien años nació Charlot, gracias al cortometraje Kid Auto Race at Venice (1914, conocida en castellano como Carreras de autos para niños). En “tiempos líquidos” (Bauman, 2007, p. 14), donde todo es objeto de consumo y los afectos “escapan de las manos como agua” (p. 19), un acto de rebeldía sería suspender la inmediatez y conmocionarse con Chaplin y su cine mundo. Charlot no necesitaba hablar para expresar ideales, críticas sociales y deseos de que el hombre no fuera medido sólo por el capital que producen sus manos. El personaje cinematográfico que mejor ha mostrado la alienación y pérdida de transcendencia del hombre contemporáneo se expresaba con gestos y sonrisas, nunca con la palabra y sus excesos. Chaplin sabía que “las sirenas tienen un arma más terrible que el canto: el silencio” (Kafka, 2000, p. 321).



Referencias


Alberti, R. (1996). Yo era un tonto y lo que he visto me haría dos tontos. Madrid: Ediciones  Cátedra.
Bajtín, M. (2002). La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais.  Madrid: Alianza Editorial.
Bauman, Z. (2007). Tiempos líquidos. Madrid: Tusquets Editores.
Kafka, F. (2000). El silencio de las sirenas. Cuentos completos. Madrid: Editorial Valdemar, p.p. 321-322.
Vilar, P. (1964). El tiempo del “Quijote”. Crecimiento y desarrollo: economía e historia. Barcelona: Editorial Ariel.
Saramago, J. (2011). El último cuaderno. Santiago de Chile: Editorial Alfaguara.
Vallejo, C. (2012). En pos del oro, la obra de mayor anchura estética de Chaplin (reseña publicada originalmente en Paris, Enero de 1928). Copy Pasted Ilustrado. Recuperado de: http://copypasteilustrado.com/2012/03/16/cesar-vallejo-chaplin-charles-pelicula-oro-charlot-literatura-cine/
Whitman, W. (1994). Canto a mí mismo. Bogotá: El Áncora Editores.

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Para citación:

Gaitán Bayona, J. L. (2014). Centenario de Charlot: Chaplin y la literatura. Candilejas, revista de cine del Centro Cultural de la Universidad del Tolima, Semestre B de 2014, Volumen 2, No. 4, p.p. 2-4.

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