Por Jorge Ladino Gaitán Bayona
(Profesor de la Universidad del Tolima,
Doctor en Literatura de la Universidad Católica de Chile,
jlgaitan@ut.edu.co).
Como
bien lo resalta Andreas Huyssen en su libro En busca del futuro perdido,
cultura y memoria en tiempos de globalización (2001), en la contemporaneidad la memoria “es
una obsesión cultural de monumentales proporciones” (p. 20) que capta la
atención de filósofos, artistas, historiadores, críticos, neurobiólogos,
psicólogos sociales y experimentales. Dentro de ese ámbito se destaca la
confrontación que efectúan diversos pueblos con sus traumas del pasado:
Sudáfrica indagando los crímenes durante el Apartheid; el pueblo Judío, la propia Alemania y
Occidente cuestionando el Holocausto;
los países latinoamericanos tornando sus ojos hacia la Conquista, sus luchas
independentistas, guerras y dictaduras militares; entre otros. Lo complejo es que a la par de
esta tarea de exploración rigurosa de
los tiempos pretéritos, se da un mercadeo
banalizante de la memoria pues los medios de comunicación saben que “el
pasado vende mejor que el futuro” (p. 27),
tanto aquel que entraña vergüenzas, como aquel que satisface a la gente,
las historiografías y los Estados en sus afanes conmemorativos. Hay un marketing exagerado de la nostalgia y de
las modas retro. Es “el éxito del síndrome de la memoria” (p. 27) ante el cual,
no obstante, cabe preguntarse “si una vez que haya pasado el boom de la memoria
existirá realmente alguien que haya recordado algo” (p. 27).
Varios autores
indican que tantos pasados escamoteados
y tantos datos sueltos en las autopistas de la información, las redes virtuales
y las pantallas no generan sino amnesia de lo que sí debiera ser sustancial y
recordable. El uso vertiginoso de pasados espectacularizados y sometidos a las
leyes del mercado hace que, como cualquier objeto de consumo en el mundo
actual, lo que se obtiene al momento se deseche rápidamente. De esto habla
Zygmunt Bauman en Vida líquida (2006), de cómo las sociedades
actuales son líquidas en la medida en
que “las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las
formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas” (9).
Es la vida líquida que pasa rápido, que escapa
de las manos al intentar asirse, cuya fluidez no es más que liviandad y
formas superfluas.
A la vida líquida de la que habla Bauman, podría agregársele la
existencia de una memoria líquida, fugaz y pasajera para vender una historia,
mover sensibilidades primarias y convertirse luego en amnesia. A las memorias
líquidas “de corta duración” habría que oponer memorias complejas de mayor
duración que son revisitadas críticamente por artistas, historiadores y pensadores
a quienes interesa, no la simple evocación, sino la anagnórisis, la
confrontación con el pasado, la búsqueda de sentidos y explicaciones a las
ruinas del hoy interrogando las ruinas del ayer, como el Ángel de la Historia
de Walter Benjamin. Atendiendo al psicoanalista uruguayo Marcelo Viñar se
trataría de reconstruir las “fracturas de la memoria” (citado por Moraña, 2004:
196), es decir aquellos episodios traumáticos en la vida de los pueblos. Es acá
cuando la memoria se convierte en “interpelación, intervención y no sólo
evocación memoriosa” (Moraña, 2004: 201), pues no se reduce al “repertorio
institucionalizado” (p. 199) de la identidad nacional.
Desde
esa última vía, donde la memoria es interpelada e intervenida, es que cobra
enorme importancia la existencia de un arte latinoamericano encargado de revisitar
críticamente el pasado, reescribirlo, cuestionarlo, recusarlo y reconstruirlo imaginando voces silenciadas y “subjetividades
rotas” (p. 16). Como prueba de ello en la literatura está la abundancia de
novelas testimoniales y de nuevas novelas históricas. En estas últimas los
escritores se permiten una “relectura
crítica y desmitificadora del pasado a través de la reescritura de la historia”
(Pons, 1996: 16), la afectación de la memoria colectiva y la construcción de un
espacio donde frecuentemente tienen cabida lo marginal, lo subalterno y lo que
antes era excluido o silenciado.
La publicación
contemporánea de novelas históricas que difieren de la novela histórica tradicional ha tenido su correlato en la
crítica literaria, no sólo por un interés estético, sino también político de
indagar cómo estas creaciones artísticas leen tiempos convulsos que marcaron el
devenir de Latinoamérica y sus países. En esta línea de acción se ubica El porvenir incompleto, tres novelas
históricas colombianas, de Nelson Romero Guzmán. De entrada su autor puntualiza:
Para el presente
ejercicio de aproximación a la novela
más reciente del género histórico en Colombia, se han escogido las obras
El país de la canela (2008) de
William Ospina, El árbol imaginado
(2010) de Carlos Flaminio Rivera y Buen viaje, General (2010) de Benhur
Sánchez Suárez. Las tres novelas, en su orden temático, igualmente dan cuenta
sobre tres periodos históricos fundacionales de América: La Conquista, la
Colonia y la Guerra de los Mil Días en la formación de la república colombiana.
(…) Por ahora, es
preciso aclarar que el enfoque de lectura aquí propuesto proviene en su base de
lo que Paul Ricoeur y Peter Elmore relacionan con unas herencias históricas
conflictivas, denominadas por el primero en forma general “acontecimientos
fundadores” (Ricoeur, 2004: 111) y por el segundo de manera más concreta “momentos
de fundación” (Elmore, 2007: 11). Ambos autores identifican estos momentos
fundacionales o encrucijadas con los conflictos de los pueblos o la violencia
(Romero Guzmán, 2012: 19-20).
Frente
a las tres novelas de aparición reciente sobre las cuales Nelson Romero
establece su labor crítica, los momentos fundacionales le importan, no sólo por
la relación con momentos de crisis a nivel histórico, sino, además, la manera de
instaurarse desde las técnicas literarias en las ficciones correspondientes.
Los momentos fundacionales son también los del lenguaje y en esa medida el
crítico no olvida que, más allá de la indagación de cómo leen los escritores
sus pasados para reescribirlos, es fundamental la exploración de los mecanismos
poéticos y narratológicos que ponen en funcionamiento el artefacto estético.
Esa “fundación del lenguaje” le importa, incluso, porque tiene que ver “con las
remociones que le hace el discurso literario al discurso oficial de la
historia, como un cuestionamiento o puesta en ‘crisis’
de la representación y las discontinuidades frente a los episodios seriados del
relato historiográfico” (p. 22).
A
Nelson Romero le preocupan tanto el fondo como la forma y su libro maneja ese
justo equilibrio: la lectura ideológica tiene su contrapeso en la lectura
estética. Y lo interesante es que no se conforma únicamente con señalar, por
ejemplo, la presencia del lenguaje poético en el País de la Canela, sino que analiza y ejemplifica el uso artístico
de las enumeraciones, el colorido en los detalles, la recurrencia del “epíteto
de corte renacentista” (p. 83) y hasta el abuso de lo metafórico que lleva a
que, en ocasiones, el estilo se vuelva altisonante” (p. 83).
Con
relación a lo último es clave indicar que, aunque quizás varios lectores puedan
diferir de ciertas interpretaciones de Nelson Romero o de algunos cuestionamientos a los manejos de los
recursos estéticos en las narraciones de su corpus (al fin de cuentas cada
quien lee las obras y las valora desde su sensibilidad, su base enciclopédica y
su horizonte de expectativas), su lente
crítico tiene peso porque no hay juicios a priori de llano elogio o condena, no
es arrasador en sus comentarios y a cada ficción le reconoce tantos sus méritos
como sus debilidades. Esto se da porque su foco de atención son los textos
literarios, no la figura de sus autores o el peso de sus premios (cómodo hubiese sido quedarse resaltando el
rico juego intertextual de Ospina con las Crónicas de Indias, callando sus cuestionamientos a algunos
recursos poéticos en El país de la Canela,
la novela ganadora del prestigioso Premio Rómulo Gallegos en el 2009).
El
libro de Nelson Romero tiene validez porque hay rigor en la investigación, argumentaciones
sustentadas con citas pertinentes y una lectura cuidadosa que señala para cada
novela tramas, estructuración del sistema de personajes, mecanismos ficcionales
de apropiación/ distorsión de los referentes históricos, y papel de los símbolos en los relatos (es
admirable su aproximación a los
múltiples sentidos del árbol en la novela de Carlos Flaminio Rivera). Recurre,
igualmente, a métodos comparatistas que permiten comprender las líneas de
continuidad y de reescritura entre la obra de William Ospina y las Crónicas de
Indias, o entre la ficción de Benhur Sánchez y el archivo histórico y los
textos periodísticos. Su versatilidad es, a la vez, resultado de su seguimiento de la forma como
la crítica literaria ha diseñado categorías de análisis para valorar la novela
histórica latinoamericana desde la década del setenta. Para su estudio dispuso
de un marco teórico y crítico importante: los libros de Seymour Menton, Fernando Ainsa, María
Cristina Pons, Begoña Pulido Herráez, Magdalena Perkowska y el colombiano Pablo
Montoya, quien, como señala Nelson
Romero, “en su libro Novela histórica en Colombia 1988 – 2008, entre
la pompa y el fracaso (2009), hace el catálogo de 45 novelas históricas
publicadas en ese periodo” (p. 29).
El
libro de Nelson Romero se encuentra estructurado en cinco momentos. El primero
corresponde a la introducción –“Fundaciones en la novela histórica
latinoamericana contemporánea”-, donde
se indica el corpus, las razones para analizar las novelas de William Ospina, Carlos Flaminio Rivera y
Benhur Sánchez y la afiliación de éstas a una tendencia literaria
latinoamericana visible después del Boom.
En la introducción enuncia las variadas denominaciones
para abordar dichos fenómenos estéticos: nueva novela histórica, novela
histórica latinoamericana contemporánea, novela histórica postmodernista, e
incluso metaficción historiográfica. Se
hace un recorrido por las formulaciones de la crítica literaria y se trazan
características recurrentes: manejo de diversos niveles de narración que
desvertebran las fronteras entre lo real y lo ficticio, lo histórico y lo
fantástico; afectación de mitos nacionales mediante una reescritura del pasado
y de fuentes históricas y literarias; uso frecuente de la intertextualidad, la
parodia, la ironía, el humor y la autoconciencia narrativa.
Un
segundo momento del libro se titula “La reescritura de la crónica de la Conquista
en El país de la canela de William
Ospina”. Allí se estudia la forma como el narrador “logra traer al presente el
recuento de la fracasada expedición de Gonzalo Pizarro al País de la Canela y
el viaje azaroso por el río Amazonas de la tripulación capitaneada por
Francisco Orellana” (p. 32-33). Nelson Romero sitúa esta novela dentro de un
proyecto escritural de Ospina en torno a la Conquista (desde algunos de sus poemas, artículos y
entrevistas hasta los ensayos sobre Elegías
de varones ilustres de Juan Castellanos en el libro Auroras de Sangre). Revisa en este capítulo el entramado
intertextual en El país de la canela
que abarca, no sólo las Crónicas de Indias, sino también la literatura de
viajes y las novelas sobre la selva en Latinoamérica. Explora los registros
poéticos del autor, los recursos hiperbólicos y ciertos procedimientos que
asemejan esta novela con algunos pasajes de Cien
años de soledad. Problematiza la voz mestiza del narrador-personaje y mira
las implicaciones ideológicas que tiene el relato de un mestizo que, siendo
hijo de conquistador español y madre indígena, tiene unas formulaciones
culturales propias del Renacimiento y de la España contrareformista de la
época.
El
tercer capítulo se denomina “La historia imaginada de la emancipación colonial
en El árbol imaginado de Carlos Flaminio Rivera”. Se aborda cómo “esta novela, más que detenerse en reconfigurar unos
hechos del pasado, respetando el canon de la historia, lo que hace es
valerse de un marco específico, esto es, la Expedición Botánica en la época del
virreinato de Espeleta, para explorar el poder de ficción y de fábula que la
misma Historia, antes de ser registrada en hechos con una trama secuencial,
tuvo –o pudo tener- en sus protagonistas” (p. 91). Se efectúa un minucioso recorrido a esta obra en la
que personajes reales e inventados conspiran contra El Nuevo Reino de Granada. Hay
una juiciosa valoración poética y narratológica de cómo el árbol es “elemento estructurador de la
trama” (p. 93), pues
sobre el recaen “todos los juegos de asociaciones simbólicas” (p. 93) en el que
se involucran los frutos de una imaginación que no se atiene fielmente a
documentos históricos, las proyecciones sexuales de los personajes, los
procedimientos carnavalescos de la narración, las conexiones con la “Ceiba
mítica de San Sebastián de Honda” (p. 94) y las posibilidades de un proyecto
emancipatorio que tuviera en cuenta la ciencia aborigen y el pasado indígena
del entonces Nuevo Reina de Granada.
El
cuarto capítulo se llama “La historia revivida de la Guerra de los Mil Días en Buen viaje, general de Benhur Sánchez
Suárez”. Acá se atiende al uso del collage
en la configuración de la trama, “mediante el cual se toman documentos de los
archivos, sobre todo los procedentes de las formas de legitimación de un Estado
como las Leyes, Decretos, Discursos y Cartas oficiales, entre otros; así mismo,
noticias, reseñas y otras expresiones del periodismo escrito de los convulsos
momentos actuales, para invitarnos, de una manera disimulada, a hacer una
lectura del pasado en función del presente” (p. 124). Ese pasado que entra en
diálogo con el presente se explora en una doble vía: las interacciones entre el
fantasma de un personaje histórico de la Guerra de los Mil Días en el Tolima, Tulio
Varón, con un escritor del siglo XXI que se ve obligado a exorcizarse de su
interlocutor mediante una novela que funde lo histórico con lo esotérico; las
digresiones del narrador-personaje sobre cómo las infamias, los trasfondos de
atraso cultural y económico y ciertos procedimientos bélicos del siglo XIX que
habrían de actualizarse en los números conflictos y actos sangrientos del siglo
XX y lo recorrido del siglo XXI.
El
libro culmina con culmina con “A manera de cierre: de los proyectos del pasado
a las frustraciones del presente”, donde Nelson Romero brinda las conclusiones
de su investigación y pone en diálogo las tres obras de su corpus en un género
narrativo en el que es vital el reconocimiento de que “la novela histórica es
un artefacto que vuela hacia el pasado, pero consciente de que el viaje se hace
desde un presente. Justamente el viaje de la memoria a los intersticios de las
épocas más violentas, ha convertido la novela histórica latinoamericana en una
forma de situarnos en la Historia con nuestros problemas actuales” (p. 151).
Finalmente
cabe señalar que El porvenir incompleto,
tres novelas históricas colombianas, se deja leer no únicamente con interés
por las indagaciones allí generadas sobre El
país de la canela, El árbol imaginado
y
Buen viaje, General, sino también con agrado porque la conceptos no
se expresan en un lenguaje abigarrado o en taxonomías que podrían confundir a
lectores no pertenecientes a la academia universitaria. A su autor le interesa
aproximar sus hallazgos a un público más amplio y por eso explicita desde qué
lugar de la teoría y crítica literaria formula sus reflexiones, define las
categorías de análisis antes de usarlas y no descuida la textura de sus
ensayos. Esto se da porque a Nelson Romero le preocupa la relación del lenguaje
con la belleza, tanto la de las ficciones que aborda como la de su libro sobre
novela histórica reciente en Colombia. Es la doble condición de quien puede
oficiar con pertinencia en el campo de la crítica literaria (la coautoría con
Libardo Vargas de La poética y la narrativa tolimense del siglo XX, sus ensayos en
libros y revistas, y hasta su tesis laureada en la Maestría de Literatura de la
Universidad Tecnológica de Pereira) y, sobre todo, en el campo de la creación lírica,
en tanto sus libros de poesía –ganadores en su mayoría de premios
departamentales y nacionales- son la
mejor evidencia de que la fuerza de la escritura es resultado de una rigurosa
disciplina lectora, de una pasión por la palabra y de un fecundo diálogo
intertextual.
REFERENCIAS
Bauman,
Zygmunt (2006). Vida líquida. Albino Santos Mosquera
(trad.).
Barcelona: Ediciones Paidós.
Elmore,
Peter (1997). La
fábrica de la memoria: la crisis de la representación en la novela histórica hispanoamericana. México: Fondo de Cultura Económica.
Huyssen,
Andreas (2001). En busca del futuro perdido, cultura y memoria en tiempos de
globalización. Silvia Ferhrmann (trad.). Buenos Aires: Fondo de
Cultura Económica.
Moraña,
Mabel (2004). Crítica impura. Madrid:
Iberoamericana.
Pons,
María Cristina (1996). Memorias del
olvido, la novela histórica de fines del siglo XX. México: Editorial Siglo
XXI.
Ricoeur,
Paul (2004). La memoria, la historia, el
olvido. Agustín Neira (trad.).
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Romero
Guzmán, Nelson (2012). El porvenir
incompleto, tres novelas históricas colombianas. Bogotá: Biblioteca
Libanense de Cultura.