Aunque la sobriedad del cuarto encendía sus miedos, logró distinguir tras el cristal las ávidas miradas de sus padres, hermanos y esposa. Las lágrimas se enredaron en su rostro. Atrás quedaban los días en que la soledad calentaba sus huesos, porque hoy, por única vez, como si se tratara de un aniversario, todos estaban reunidos para verlo sonreír en la silla eléctrica.