domingo, febrero 13, 2011

DARREN ARONOFSKY Y EL CISNE NEGRO





Por Jorge Ladino Gaitán Bayona
(Profesor de literatura de la Universidad del Tolima,
jlgaitan@ut.edu.co)


Del cine norteamericano reciente la figura de Darren Aronofsky (Nueva York, 1969) atrae poderosamente la atención por la intensidad y profundidad de sus personajes, en tanto son seres que llevan hasta las últimas consecuencias sus aspiraciones y delirios. La maestría del director está, justamente, en dejar que sus actores y actrices consuman sus papeles de principio a fin; las cámaras están a su servicio, subjetivas, vigilantes. La hondura psicológica de sus caracteres y el acertado punto de vista del director para erigir sus historias le dan un carácter inolvidable a cintas como Pi: fe en el caos (1998), Réquiem por un sueño (2000), El luchador (2008) y El cisne negro (2010).

Está última (Black Swan, en su título original) es una película de 103 minutos de duración producida por Fox. Cuenta en su elenco con el protagónico de Natalie Portman y con las actuaciones de Mila Kunis, Vincent Cassel, Barbara Hershey y Winona Ryder, entre otras. El guión es de Mark Heyman, Andres Heinz y John J. McLaughlin. Por su papel, Portman ganó el Globo de Oro a mejor actriz de drama en el 2011. Para los Premios Oscar 2011 la cinta de Aronofsky está nominada a mejor película, mejor dirección, mejor actriz, mejor cinematografía y mejor edición.

Necesario es recordar que en El luchador (interpretada por Mickey Rourke en su papel de Randy "The Ram" Robinson) se focaliza a un hombre en su deterioro: un héroe de la lucha libre de los ochentas que veinte años después se debate entre la enfermedad y la dignidad de ser coherente con un estilo de vida aún en la pobreza. Pues bien, El cisne negro, como su antecesora, es una película de personaje, sólo que desde una mujer y desde la vía contraria a la de Randy: Nina, talentosa en el ballet, transita del ostracismo a la gloria. Su consagración como bailarina en su debut de El lago de los cisnes, donde es el cisne blanco y el cisne negro, no obstante, entraña en ella -al igual que en Randy- la renuncia: a la propia supervivencia, al amor y la familia.

Tanto El cisne negro como El luchador, aunque aparentemente distintos a nivel de personajes (una joven, el otro viejo; la una en ascenso en su carrera y el otro en bajada), apuntan a lo siguiente: ¿Qué hay más allá de los seres que son reducidos a un aplauso? ¿Por qué no narrar a quienes fueron o son celebridades en sus angustias y el precio que pagan por estar en un escenario, sean las cuerdas de la lucha libre o las tablas del ballet clásico? De ahí que en estas dos cintas la psiquis de cada protagonista se revele en su complejidad y hasta en sus estados patológicos. El espectador sigue todo el tiempo las historias desde la percepción aguda de Randy y Nina; las cámaras parecieran instrumentos de sus conciencias y hacen creíble sus alucinaciones, esperanzas y desajustes existenciales en la peligrosa interacción entre lo privado, lo estético y lo público.

En El cisne negro (donde no existe una sola escena de la película en la que no esté presente Natalie Portman en su tremenda y convincente interpretación de Nina), la paranoia de la bailarina al saber que una integrante de la academia puede tomar su puesto en El lago de los cisnes y su obsesión por la perfección la llevan a ver amenazas y situaciones siniestras en todos lados. La oscuridad deliberada del guión hace que, independientemente de las veces que sea contemplada la película, no se pueda precisar qué escenas hacen parte de la realidad y cuáles de la imaginación perturbada de la protagonista. Ella se ha compenetrado tanto con el doble roll que debe representar (el cisne blanco, virginal y tierno, y el cisne negro, perverso y seductor) que lentamente va perdiendo su individualidad, su horizonte moral y su percepción sobre la normalidad y la locura. Ha dejado de ser Nina para ser cisne blanco y cisne negro en Nueva York, una suerte de doctor Jekyll y mister Hyde.

Es admirable la forma como el ritmo vertiginoso de este thriller psicológico lleva a que el espectador sienta el lado doloroso de la belleza. Es una estética baudeleriana en su instancia poética, esa donde la belleza es de difícil asimilación y se nutre del mal, lo abyecto y lo misterioso. Es también la belleza que entraña trabajo riguroso y sacrificio. No en vano el creador de Las flores del mal comparó la labor del poeta a la de quien se desempeña en la danza pues “se ha roto mil veces las piernas antes de exhibirse en público” (citado por Fridrich en La estructura de la lírica moderna, Barcelona, Seix Barral, 1974, p. 55).

La máxima anterior es astutamente llevada al extremo en el film de Aronofsky. Nina llega a un punto en que más que ser un actante al ritmo de la música de Chaikovski, encarna una idea y una verdad estética. Más que un préstamo de su piel y su ser a una ficción, se trata de una ofrenda en aras de la belleza. Todo su cuerpo es inmolado al arte. Se deja poseer por la obra que desde niña la sedujera: El lago de los cisnes hace parte de sus discos, el ringtone de su celular, de los objetos e imágenes de su cuarto. Transita de la disciplina a la desinhibición, de la forma pulida de sus pasos de bailarina a la pasión de un tema, como cumpliendo las palabras de su maestro de coreografía: “la perfección no es sólo control sino también dejarse llevar”.

Reseña publicada en Facetas, cultura al día, de El Nuevo Día, el periódico de los tolimenses, 13 de febrero de 2011.

LA POESÍA COMO CONTRACARA DE LA VIOLENCIA COLOMBIANA EN LOS VELOS DE LA MEMORIA, DE JORGE ELIÉCER PARDO RODRÍGUEZ

  Jorge Ladino Gaitán Bayona (Grupo de Investigación en Literatura del Tolima, Universidad del Tolima)     Ponencia del 13 de noviembre de 2...