Bienvenidos al blog de Jorge Ladino Gaitán Bayona, escritor en formación y doctor en literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Integrante del Grupo de Investigación en Literatura del Tolima y profesor de la Facultad de Educación de la Universidad del Tolima. Aquí la literatura, el cine y la música entrelazan sus misterios.
jueves, diciembre 04, 2014
lunes, diciembre 01, 2014
LA ESCRITURA COMO CÁMARA DE TORTURAS: MÚSICA LENTA, DE NELSON ROMERO GUZMÁN
Por Jorge Ladino Gaitán Bayona.
Profesor de Literatura de la Universidad del Tolima.
Hay
prólogos que rompen con el incienso mutuo de los escritores. Más allá de análisis
y lisonja, son el verdadero inicio de la ficción. Desde allí está funcionando
la imaginación, la parodia y la transgresión de la tradición literaria.
Recuérdese, por ejemplo, la primera parte de Don Quijote de la Mancha, donde Cervantes juega a ser el autor de
su propio prólogo, se ríe de quienes ponen al inicio de sus creaciones sonetos
de “duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos” (2012, p.
9). Se dirige a un “desocupado lector” (p. 7) para que juzgue su novela a su
antojo pues hasta él mismo se siente padrastro de don Quijote, no un padre
ciego ante los defectos de su criatura: “Acontece tener un padre un hijo feo y
sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para
que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas” (p. 7). A veces los poetas remplazan los prólogos por
poemas donde anuncian elementos de su escritura. Charles Baudelaire, en el
texto inicial de Las flores del mal, advierte
que su libro habla del tedio, el crimen y los vicios de la condición humana:
“Hipócrita lector, -mi semejante-, mi hermano” (1944, p. 8). El Conde de Lautréamont, en el canto primero
de Cantos de Maldoror, anuncia que su
libro está poblado de monstruosidades: “Hay quienes escriben para lograr los
aplausos humanos mediante nobles cualidades del corazón que la fantasía inventa
o que ellos pueden tener. Pero yo hago servir mi genio para representar las
delicias de la crueldad” (1970, p. 15).

En
la primera sección de Música lenta se
encuentra el “Prólogo a cargo de Sylvia Plath (1933-1963)”. La escritora
norteamericana es despertada de la muerte y obligada a hacer el prólogo. Por
eso dirige su furia contra el poeta: “Quien escribe como tú, arruina. Se le
debe prohibir la imprenta, escondérsele todo el papel. Mas no te enojes, no por
eso la poesía te niega, aunque tú la traiciones. Ella te cose con hilo la
cicatriz de los párpados […]
Nelson, te lo pido, no escribas más, nunca te leerán. Déjame descansar en paz”
(Romero Guzmán, 2014, p.p. 9-10). Silvia
Platt se duele de un poemario cuyas páginas no debieran abrirse: “Los lectores
serán expulsados de este libro” (p. 9). ¿No se supone que los libros son morada o, al
menos, hotel de paso, para quien lo escribe y lo lee? Esa es, justamente, la
belleza incómoda que propone Nelson Romero Guzmán en Música lenta: no hacer una oda convencional del arte y de las
posibilidades curativas de la catarsis y la sublimación, sino hablar de la
escritura como condena, de insomnios que desangran extrañas visiones, demonios
que agobian y nunca es posible el exorcismo. La literatura deja de ser una “forma de la
felicidad” para convertirse en castigo de quien intenta con palabras matar una
obsesión, tal como indica el poema en prosa “Animal de oscuros apetitos”:
Un animal se come mis escritos. Ha
engordado, pero no lo he podido matar. Escribo para darle muerte y mientras
tanto no dejaré de escribir […] Un día de estos le construiré
una trampa mortal: el poema con dos ruedas dentadas girando sobre un molino de
piedra, tan enorme que lo aplaste en mi cuarto sin ninguna misericordia. Una
vez se apruebe su muerte en los periódicos, por fin me habré vengado de todos
los libros que escribí como trincheras para salvarme de sus nocturnas caserías
(p. 12).

El
poeta desea ajustar cuentas con quienes gozan la lectura sin presentir los
suplicios de los artistas. En su poema “Música negra” imagina un concierto
donde los instrumentos son armas letales
y sus sonidos se encargan de aniquilar a los asistentes mientras escuchan una
sinfonía: “Con esa música se mata,/ no sabes que asistes a un fusilamiento (…)
Por la puerta de la felicidad has entrado al infierno” (p. 35). Quizás este
último verso contiene la clave temática de la más reciente creación de Nelson
Romero Guzmán, su Música negra,
ese Frankenstein que sueña destruir a escritores y lectores.
Referencias
Cervantes, M. (2012). Don
Quijote de la Mancha. Madrid: Punto de Lectura, Prisa Ediciones.
Baudelaire, C. (1944). Las flores del mal. México: Editorial Leyenda.
Lautreamont, Conde de. (1970). Los cantos de Maldoror. Barcelona. Barral Editores.
Romero Guzmán, N. (2014). Música lenta. Bogotá: Fundación Arte es Colombia.
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Para citación:
Gaitán
Bayona, J.L. (30 de Noviembre de 2014). La escritura como cámara de torturas: Música lenta, de Nelson Romero Guzmán. Facetas, Cultura al día, de El Nuevo Día, el periódico de los
tolimenses, Ibagué, p. 6C.
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