miércoles, noviembre 11, 2020

DESENCANTO Y “ESCRITURA DEL DESASTRE” EN LA POESÍA DE ESPERANZA CARVAJAL GALLEGO


 Por Jorge Ladino Gaitán Bayona.

Grupo de Investigación en Literatura del Tolima.

Universidad del Tolima.

 

 

Ponencia en el marco del III Simposio Nacional de Estudios Literarios, de la Universidad del Tolima. Fue presentada el jueves 26 de septiembre de 2019.

 

 

Al fallecer su hijo Juan Gabriel Vallejo Carvajal y tras muchos pétalos caídos en el camino de los relojes, Esperanza Carvajal Gallego escribió y publicó su libro de poemas Las trampas del instante (2005). La primera página es la dedicatoria al único descendiente: “Por las noches robadas a su infancia y por los días que nos faltaron por vivir” (p. 3). La siguiente hoja tiene un agradecimiento a la psiquiatra Nelly Hernández Molina: “Por ayudarme a recuperar el horizonte de la palabra perdida, en el reencuentro con la poesía” (p. 4).   Podría pensarse que los textos líricos de Trampas del instante se quedan en el intimismo y que quizás el dolor esté a flor de piel. Nada más alejado de la realidad. La autora tolimense tenía claro que el mejor homenaje a su ser querido era instaurarlo en la belleza y que, más allá de los temas (dolor, ausencia y otros), el tratamiento estético daría eternidad a los poemas gracias a las metáforas, las imágenes y múltiples figuras retóricas. De ahí el carácter universal de su libro, porque cualquier lector en cualquier tiempo y geografía puede acceder no sólo a una experiencia sublime con el lenguaje, sino también a una honda reflexión sobre el desamparo y la pérdida de un ser querido. De ahí que este texto crítico tenga en cuenta como referente La escritura del desastre, el célebre libro del escritor francés Maurice Blanchot, publicado originalmente por la Editorial Gallimard en 1980.

 

 

La poeta Esperanza Carvajal Gallego







La poeta tolimense nació en Palocabildo.  Es egresada de la Licenciatura en Lenguas Modernas de la Universidad del Tolima, institución en la cual fue una de las voces más destacadas del taller de creación literaria del Centro Cultural, coordinado por el escritor, cineasta y docente Libardo Vargas Celemín. Realizó también a nivel de postgrado una Especialización en Informática y Telemática de la Fundación Universitaria del Área Andina. Cuenta con una Especialización en Orientación Educativa y Desarrollo Humano en la Universidad El Bosque (Bogotá).  Tras pensionarse del magisterio se ha enfocado en la escritura de poemas, minicuentos y reseñas.

Entre los poemarios publicados por Esperanza Carvajal Gallego se encuentran: El perfil de la memoria (1997); Las trampas del instante (2005); Festín entre fantasmas (2008); Peldaños para escalar la noche (antología, 2010); y Si mañana el tiempo nos aguarda (2013).  Este último hace parte de la colección Viernes de Poesía, de la Universidad Nacional de Colombia. Sus poemas figuran en Poetas del Tolimasilgo XX, antología de Carlos Orlando Pardo Rodríguez, igualmente en la Antología de la poesía colombiana (1931-2011), de Fabio Jurado Valencia.

 

 

Desencanto y desastre en la poesía de Esperanza Carvajal Gallego

 

 

“El desastre oscuro es el que porta la luz” (Blanchot, 2015, p. 12). Despojada de color es la imagen a blanco y negro en la carátula de Las trampas del instante. Corresponde a una ilustración bien lograda de Juan Gabriel Vallejo Carvajal.  Aparece allí una mujer de mirada melancólica y rostro sostenido por su brazo derecho, la cual está sentada sobre una esfera, de la cual nace la cadena que atrapa su cuerpo. Encima de su sombrero un pájaro se alimenta. Al lado una fogata y una olla hirviendo. Quizás el fuego que genera alimento a quien está encadenado pueda leerse metafóricamente como representación sobre el sentido de la creación estética. El fuego creador en medio de la angustia, la belleza como alimento espiritual a pesar del fracaso, en definitiva, siguiendo la idea de Blanchot: el desastre y la oscuridad traen la luz, el reino de la belleza: 

 

La hoja sangra la hora del poema

 

La noche lastima

con su espina de sueños

a la oscura sirena del porvenir.

Exprimo un puñado de muerte

a la muerte

y la hoja sangra

la hora del poema.

¡Hasta cuándo invocaré tu nombre!

Basta un racimo de eternidad.

Aquí, lo mejor de los amigos

es su ausencia

y el mayor regalo

su silencio.

 (Carvajal Gallego, 2005, p. 7).

 

La poesía como “racimo de eternidad” (p. 7), así la escritura como invocación al ausente sea sangre o cámara de torturas. En consonancia con la sugestiva imagen de carátula (realizada por el hijo de la autora tolimense) varios poemas suscitan reflexiones metaficcionales sobre el arte que nace de las heridas o de la muerte.  Grandes creaciones de la literatura tienen tras de sí guerras, holocaustos, enfermedades y masacres. ¿Cómo no pensar, por ejemplo, en los veinticinco millones de muertos por culpa de la Peste Negra que derivaron en El Decameron, de Giovanni Bocaccio? Las Guerras civiles en Colombia, la Guerra de los Mil Días y la Masacre de las Bananeras posibilitaron la existencia de Cien años de soledad, la obra maestra de García Márquez, novela clave no sólo del realismo mágico, sino también de la narrativa histórica Latinoamericana.  La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto han sido la frecuencia temática de Patrick Modiano, el autor francés (de origen judío), nacido justamente en 1945.  Como bien resalta Jorge Luis Borges en su ensayo “Del culto de los libros”, hay una “justificación estética de los males” (1960, p. 40).  No existen más justificaciones para la violencia o los estragos emocionales que quedan en los sobrevivientes por las muertes de sus seres queridos.  Como memoria histórica y como forma de afrentar a la misma muerte, los buenos artistas reescriben el dolor sin descuidar la belleza:

 

Aquí algo se espera

 

No tengo más que esta morada

iluminada por desastres,

no tengo más que este despeñadero

donde habita el deshonor.

Aquí, sólo transitan

las tumbas con los nombres más amados,

pero sus pasos avanzan

a un cielo más profundo,

a una aurora inconsciente,

imprecisa y sin afanes.

Aquí se espera

que la hora crezca

y torne en noche los ojos abiertos

de la conspiración

de todos los afanes.

Aquí se espera

que la muerte resucite

y se quede un poco más

entre nosotros (Carvajal Gallego, 2005, p. 24).

 

 

La poesía se piensa a sí misma. Se nutre de la contradicción y de la paradoja.  El texto lírico de la autora tolimense abreva en tradiciones judaicas y universales en torno al libro como morada. Téngase en cuenta, al respecto, los postulados de Theodor Adorno en su Mínima Moralia: “Quien ya no tiene ninguna patria haya en el escribir su lugar de residencia” (2006, p. 91). Y la patria de la poeta no es tanto el país donde unos símbolos patrios, una historia, unos imaginarios y unas costumbres urden ciertos afectos y, en ocasiones, odios colectivos. Su patria herida es su alma deshabitada, acaso el duelo difícil por la pérdida del hijo. De ahí las menciones frecuentes a la muerte y de “las tumbas con los nombres más amados” (Carvajal Gallego, 2005, p. 24). Aunque casa, la belleza es también un lugar incómodo, una belleza por ratos insoportable más allá de los frutos de la metáfora. Por eso los versos iniciales: “No tengo más que esta morada iluminada por desastres, / no tengo más que este despeñadero / donde habita el deshonor” (p. 24).  La morada al filo del abismo.  La luminosidad de un buen verso es cercanía de cielo para el lector, pero para su creador fue la lumbre de su propio infierno, infierno del que emerge la epifanía, cuando los tormentos individuales encuentran el tono exacto para representar tormentos universales: “No hay soledad si esta no deshace la soledad para exponer lo único al afuera múltiple” (Blanchot, 2015, p. 11).

Los desastres mencionados en el poemario de Esperanza Carvajal Gallego, finamente sugeridos en la escena textual gracias al oficio de la autora y su capacidad de fundir lenguajes conversaciones y lenguajes altamente ricos en recursos retóricos, hacen pensar que  Las trampas del instante son una forma bien elaborada de la Escritura del desastre, planteada por Blanchot: “El desastre es ese tiempo en el que ya no se puede poner en juego, por deseo, astucia o violencia, la vida que intentamos” (2015, p. 41).  La existencia se torna angustiosa, las horas pasan en cámara lenta para que el sufriente sienta “dolor que corta, que trocea, que pone en carne viva aquello que ya no podría ser vivido, ni siquiera en un recuerdo” (p. 51). En medio de la soledad, cada cosa alrededor toma forma y, a veces, parece burlarse:

 

 

Juego de espejos

 

¿Qué hacen los espejos

al borde de mi cama?

A veces sus voces saltan, ríen

y muestran sus ángulos distorsionados.

Cada uno me muestra la cara del desvarío 

de mi pasado y mi presente;

sus múltiples voces ladran

en la madriguera de mis oídos,

luego callan,

en silencio me desafían

y flotan aferrados a mi cuello.

Lo extraño es que me llaman

con nombres distintos

y cuando el tedio los amenaza,

se esconden lanzándome improperios,

luego me abrigan

y se van como si nada (Carvajal Gallego, 2005, p. 27).

 

La poeta, a partir de las propiedades de la prosopopeya, humaniza a los espejos. Parecen bufones traviesos: se burlan, son bullosos, generan muecas casi obscenas para que la poeta vea su rostro sufriente, “la cara del desvarío” (p. 27).  No dan tregua en sus asedios y violan los contornos del cristal para aferrarse al cuello de su víctima, como queriendo ahorcar, pero sin aplicar la fuerza suficiente porque la idea es atormentar, no dar un punto final al sufrimiento. El tedio, la ausencia de un ideal, los hace hipócritas porque abrazan a quien antes atormentaron. Su ida sin despedida es similar a la pérdida del hijo anunciada poema tras poema.  Los sentidos azuzados de la poeta la hacen sentir y cantar cada trampa de lo cotidiano: “De repente / nos encontramos en el festejo / de las pequeñas miserias, / pero a cada instante nos asiste /el inmerecido oficio de recordar” (Carvajal Gallego, 2005, p. 36). 

 



Más allá del trasfondo biográfico de Esperanza Carvajal (la muerte del hijo en plena juventud), lo primordial es que la poeta logró domar el dolor para que este no tornara las páginas de Las trampas del instante en un diario íntimo o un paño de lágrimas. Por encima del qué decir está cómo sugerirlo. En lugar de nombrar un estado emocional la pericia de la poeta reside en hacer sentir al lector la tristeza de perder un ser amado: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! / Hacedla florecer en el poema” (Huidobro, 1945, p. 65). En este como en otros poemarios de la autora tolimense hay una estética de la conmoción que sacude al lector. Este puede experimentar que sus versos no se cierran con la última página de cada libro, porque se perpetúan en el alma y la memoria, al fin de cuentas los(as) grandes poetas logran “que lo que se escribe resuene en el silencio, haciéndolo resonar mucho tiempo, antes de retornar a la paz inmóvil en la cual el enigma vela todavía” (Blanchot, 2015, p. 52).

 

 

Referencias

 

Adorno, T. (2006). Mínima moralia. Madrid:  Ediciones Taurus.

Blanchot, M. (2015). La escritura del desastre. Madrid: Editorial Trotta.

Borges, J. L. (1960). Del culto de los libros. Otras inquisiciones. Buenos Aires: Emecé Editores, p. 40-43.

Carvajal Gallego, E. (2005).  Las trampas del instante. Bogotá: Cargraphics S. A.

Huidobro, V. (1945). Antología. Santiago de Chile: Editorial  Zigzag.

LA POESÍA COMO CONTRACARA DE LA VIOLENCIA COLOMBIANA EN LOS VELOS DE LA MEMORIA, DE JORGE ELIÉCER PARDO RODRÍGUEZ

  Jorge Ladino Gaitán Bayona (Grupo de Investigación en Literatura del Tolima, Universidad del Tolima)     Ponencia del 13 de noviembre de 2...