BALADAS PARA EL
AUSENTE: EL
DIARIO DE YOKO ONO AL HOMBRE DE LOS ANTEOJOS TRISTES
Por Nelson
Romero Guzmán
Baladas para el
ausente es el tercer título de poemas del poeta
Jorge Ladino Gaitán Bayona. Dos momentos creativos paralelos configuran el
libro: uno tiene que ver con la estructura del diario que lo divide en partes
(1:00 A.M., 2:00 A.M. y Sueños 3:00 A.M.), y el otro se instala en la voz
íntima que nos habla desde el diario, encargada de reconstruir el diálogo con
un ser ausente. Ese ausente es John Lennon y la voz que lo evoca a través de
las baladas es la de Yoko Ono. El mayor desafío del libro de Jorge Ladino
Gaitán, su propuesta poética más relevante consiste, justamente, en traer al otro desde la orilla imposible, al que
se sabe definitivamente ausente sin la posibilidad de un retorno físico, ¿cómo
lograrlo?, ¿por qué vías hacerlo? En este caso a través del cuerpo desnudo de
Yoko, pero también apelando a la memoria colectiva que ella misma representa y
de las letras de las canciones de Lennon intercaladas perfectamente en los
poemas del diario. El pretexto de diario recapitula, yendo y viniendo
fragmentariamente, varios momentos de la vida de Lennon al lado de Yoko y su
fatal desenlace, tales como la luna de miel de la pareja en el Hotel Hilton en
Ámsterdam en 1969, las protestas estudiantiles contra la Guerra de Vietnam, el
compromiso del artista y su música con la libertad de los pueblos oprimidos, su
relación con la pintura Pop, el teatro, el cine, la filosofía y la muerte del
compositor y cantante a sus 40 años acaecida en Nueva York el 8 de diciembre de
1980 a causa de cinco balas propinadas por
Chapman; a su vez, el poemario se instala con toda su fuerza en la
intimidad: se trata de la intimidad de un erotismo fatal, “mutilado”, donde
falta el otro, de un duelo a muerte
del cuerpo vivo de Yoko con el vacío del cuerpo del amante que no está presente
en el lecho de quien lo exorciza, dando paso a su presencia fantasmal en la
alcoba. De ahí que la mayor tensión del libro, su mejor definición poética, se
instala en ese punto fugaz donde se entrecruzan la vida y la muerte mediadas
por el deseo. Por eso en el poema que sirve de preludio nos encontramos de
entrada con esta confesión: “También la muerte es estación del deseo”.
Desde
los primeros poemas el libro nos ofrece claves temporales y espaciales precisas
para instalarnos en la lectura y, desde dichos referentes, desplegar el aparato
verbal portador de imágenes sencillas que en su aparente fragmentación eligen
un tono narrativo, procedente de la conciencia crispada y vigilante de quien es
presa de un desvelo lacerante y obsesivo por ciertas ideas extrapoladas: la
muerte y el deseo; el amor y la tragedia; la presencia y el vacío. Así, al
avanzar en la lectura, sabemos que Yoko Ono, la viuda de Lennon, se encuentra
sola en el cuarto de un hotel en Nueva York, un ocho de diciembre. El libro
plantea en sus imágenes más recurrentes una sensación de vacío,
desprendimiento, mutilación, ausencia, pérdida del otro y de sí mismo, como se
desprende de varias citas contundentes en su construcción poética: “Como si el
deseo fuera un holocausto y no Vietnam y sus sangres sin duelo” (VII), “Cinco
balas y John sin Yoko” (V).
La
concisión de los epígrafes son claves para entender el programa de lectura
porque ellos se encargan de enriquecer la atmósfera del libro. El que sirve de
pórtico proviene de la misma Yoko: “¿Por qué te extraño si sólo eres polvo? (“Why
do I miss you so if you’re just a spec of dust?”); de Alejandra Pizarnik las
palabras “instante”, “vacío” y “sombras” le dan sentido a la primera parte
(1:00 A.M.): “Ese instante que no se olvida, / tan vacío devuelto por las
sombras”; así como los versos citados de
Gioconda Belli nos remiten a la desnudez y la soledad del cuerpo de Yoko en su
cuarto: “Aquí estoy, / desnuda, / sobre las sábanas solitarias”. Lo mismo ocurre al interior de los poemas
donde la voz de Lennon se deja oír fragmentariamente a través de las letras de
sus canciones, principalmente aquellas que hicieron época y que fueron epígono
de su amor por la paz, así como las que dialogaron con Yoko:
In the middle of the
night I call your name,
¡Oh Yoko!”.
Dicha
intromisión de voces ajenas se encuentran bien integradas a la intencionalidad
del libro, pues a la vez que se hallan bastante asimiladas al conjunto, sirven
para introducir sutiles variantes de tono y de perspectiva en el nivel
significativo de los textos, otorgándole flexibilidad a la forma del diario
asumida por los poemas. Además, sumado a esa intención de acumulación de voces,
dicho despliegue y reconocimiento que hacemos como lectores se encuentra más
explícita en la tercera parte del libro subtitulada “Sueños 3:00 A.M.”. Aquí se
nos ofrece plena la mujer en su estado de duermevela, donde la experiencia del
sueño y del delirio es vivida por Yoko como desdoblamiento a través de variadas
voces de heroínas o escritoras de distintas épocas de la historia como Virginia
Woolf, Sherezada, Dido, Cleopatra y Ofelia, las cuales se dejan sentir como las
máscaras de la propia Yoko. Todo este coro de voces extraviadas en el tiempo,
que a su modo también cantaron, resultan también evocadas como visión onírica
de la imagen de la muerte; por eso el epígrafe escogido de un poema de Ovidio
es perfecto a la intención de este apartado: “¿Qué es el sueño sino la imagen
fría de la muerte?”. La primera “imagen fría de la muerte” es Nueva York a los
ojos de Yoko, en esos momentos la ciudad es pesadilla y drama interior, también
por haber sido el escenario de la muerte de Lennon, donde la única señal de
vida es su música en medio de la descomposición:
Nueva York está sitiada,
hay esvásticas en la aurora,
cañones cruzando sus pájaros en fuego.
“Qué pasa, New York?
Qué pasa, New York?
Well down to max's Kansas City,
got down the Nitty Gritty
with the elephants memory band”.
Qué pasa, New York?
Well down to max's Kansas City,
got down the Nitty Gritty
with the elephants memory band”.
Quiero correr y abrazar a John
pero los pasos arden y me quedo quieta,
entre cadáveres y discos emboscados.
Entre
esa pesadilla de “discos emboscados” en una ciudad que arde, aparece la
venganza y la muerte de Chapman, otro de los protagonistas del diario. El
asesino se hace presente a través del sacrificio de Minotauro cuando Lennon le
habla a Yoko desde el laberinto de Creta: “Seré Teseo en tu piel / pero antes
mataré a Chapman y arrojaré al fuego el ovillo” (XXVII). La presencia de
Chapman también hace parte del juego con las máscaras, un poco haciéndole
guiños al teatro y finalmente burlando al homicida en un dejo de ironía, como
en este pasaje:
Si pudiera devolverle los cinco tiros que mataron a Lennon,
me disfrazaría un rato de Chapman,
le pediría un autógrafo y en la noche le descargaría mis noches en
vela.
El
libro, en varios apartes, hace aflorar un cierto tono de ternura como la otra
posibilidad de traer a un Lennon niño, donde Yoko juega a ser la madre; el
ídolo es evocado reiteradamente desde sus insignias corporales y las utopías
que hicieron tan particular y pegajosas sus canciones en una época que se
reconoció en sus letras y en el sonido de los instrumentos que él interpretaba.
Aquí está su retrato en palabras, quizá en su dimensión más familiar reconocida
por sus fanáticos:
A tus cuarenta, John,
sigues hermoso en tu miopía,
lentes redondos,
jugando a Ghandi,
doliéndote el mundo en la mirada.
Querías salvarlo con canciones,
tu guitarra contra la guerra y un
piano blanco para el amor.
“Imagine all the people
living life in peace…
living life in peace…
You may say I'm a dreamer
but I'm not the only one.
I hope someday you'll join us
and the world will be as one”.
but I'm not the only one.
I hope someday you'll join us
and the world will be as one”.
(…)
Cantarás acurrucado en mi vientre,
siempre niño,
siempre Lennon.
El
título del libro asume la balada como un género de la música popular, la más
cercana a la expresión lírica para tematizar el amor, el erotismo y en este
caso expresar la ausencia del ser amado; además porque esta forma musical
encarna la manera de contar una historia que se sabe íntima, sentida y a la vez
compartida. En este libro la balada tiene el poder de resucitar al otro, pero
no para instalarlo simplemente a la memoria sino para complementar
metafóricamente el cuerpo presente que se sabe mutilado sin el otro, como en el poema VI: “Las sábanas
desperezan sus pliegues, / saben que en mi cuerpo falta tu cuerpo, / que a esta
Yoko le han mutilado su Lennon”. Así resultan formas sencillas de decir, la
fluidez de una conciencia en desvelo, el monólogo de la mujer solitaria que se
habla a sí misma y entabla diálogos con un fantasma a quien lo evoca en su
soledad: “Ven, / segundo a segundo, / sobre mi cuerpo que no ha dejado de
esperarte”, sin embargo se hace consciente de la imposibilidad material de su
erotismo: “Te toco, / desapareces, / sola de nuevo”. Ese juego entre la presencia
ilusoria y la ausencia definitiva, viene a convertirse en una de las mayores
sorpresas del libro, porque la evocación también da paso al John Lennon humano
detrás del estereotipo de sus “anteojos tristes”, a quien amorosamente Yoko le
dice:
Mi Lennon de anteojos tristes,
te dolía cada hueso quebrado,
la sangre sobre los campos de arroz,
la lluvia de bombas y el horror del
bambú sagrado.
El
John Lennon recreado por Jorge Ladino Gaitán no es el del mito forjado por la
fama y la histeria colectiva, ni el del espacio multitudinario de los
conciertos, sino el John Lennon humanizado en el escenario íntimo de un cuarto,
donde es narrado poéticamente por Yoko, quien lo devuelve por un instante al
mundo, haciéndonos partícipes de esa experiencia ajena a través del diario
escrito en el tono de la balada, relegando de esta forma el poema a un lugar marginal. Todo porque en este caso
la escritura poética pudo enmascarase. La máscara ha sido el mejor complemento
del hombre. Jorge Ladino Gaitán Bayona supo ponerse sin pudor la máscara de una
mujer, la de la japonesa Yoko Ono, pero no cualquier máscara, la más difícil y
huidiza quizá, aquella que va por dentro. Este libro nos hace pensar que la
escritura debe servir para adentrarnos en el otro, si se quiere también
para saquearlo en el mejor de los sentidos, interpretarlo, perderse en sus
laberintos y soñar sus sueños. Son esos los robos que la literatura
justifica, son los hurtos sagrados que
debe hacer la poesía así como Prometeo robó el fuego, cuando se trata de
escribir un libro sobre un personaje reconocido, en este caso John Lennon, uno
de los símbolos más altos y más populares de la música de los años sesentas y
setentas. Este libro es diario y es balada porque relatan con mesura, es decir,
sin la concepción anquilosada del poema como mera acumulación de imágenes
deslumbrantes, recuperando en su aparente simpleza la frescura del hombre que
fue Lennon. Es un lenguaje que va de adentro hacia afuera y viceversa, es
decir, desde las entrañas de dos seres que se amaron hondamente a través de la
carne, el compromiso con la libertad, la música y la pintura, pero también
desde el mundo externo simbolizado en una ciudad como New York que fuera
escenario del rock and roll y que ahora se descompone a los ojos de Yoko, como
“una imagen fría de la muerte”, según reza el epígrafe de Ovidio.
Celebro
este libro de Jorge Ladino Gaitán, celebrado también por lectores que me han
precedido en un certamen nacional y otro regional de poesía, donde fuera
destacado.
SELECCIÓN DE POEMAS DE BALADAS PARA EL AUSENTE
II
A tu muerte llevaré mi muerte,
salvaré un solo recuerdo,
un año para emboscar al tiempo sus relojes:
1969,
la piel de marzo en Ámsterdam,
la cama sin orillas del
902, Hotel Hilton.
Afuera las calles sacudían su desencanto,
pancartas y besos contra la guerra,
no podía llamarse fría cuando Vietnam era un incendio.
Mi Lennon de anteojos tristes,
te dolía cada hueso quebrado,
la sangre sobre los campos de arroz,
la lluvia de bombas y el horror del bambú sagrado.
No podías callar,
hicimos el amor hasta quebrar al miedo sus alas silenciosas.
La cama fue bote salvavidas,
asomaron otras voces
y remamos en coro:
“All we are saying is
give peace a chance”.
Querías una canción con la furia de
las palabras simples,
la utopía desnuda de artificios y
metáforas,
un pozo de aguas claras donde los
pájaros bebían su reflejo.
Salvaré un
solo recuerdo.
A tu muerte llevaré mi muerte.
X
Hay una guitarra llorando tus manos,
hay un cuerpo que se sabía guitarra y
se mira guijarro,
hay una canción deslizando un cuerpo por
las grutas de un mal recuerdo,
hay una foto desangrada en canción en
el álbum de bodas,
hay una Yoko acariciando la foto
donde no sueltas mi mano, John, en una
tarde de protesta.
Cada cosa soportando la otra en su
ausencia,
un sol
negro, como el verso de Nerval,
todo en este cuarto tan exacto a mí,
tan ajeno a mí.
XIII
La palabra astilla los nervios y nadie habrá de escucharme.
El piano de la muerte en la noche ebria.
Hay un rincón del viento donde la memoria sangra tus guitarras y
canciones:
“Life is what happens to you
while you're busy making other plans”.
Otra vez el horror,
el eco de
diciembre deslizando tu cadáver.
A veces recuerdo mis labios donde anidaste tu saliva y tu deseo.
¡Oh John, si volviéramos como las flechas que nunca partieron!
XXXIX
Los fantasmas no envejecen,
llevan la edad de su muerte.
A tus cuarenta, John,
sigues hermoso en tu miopía,
lentes redondos,
jugando a Ghandi,
doliéndote el mundo en la mirada.
Querías salvarlo con canciones,
tu guitarra contra la guerra y un
piano blanco para el amor.
“Imagine all the people
living life in peace…
living life in peace…
You may say I'm a dreamer
but I'm not the only one.
I hope someday you'll join us
and the world will be as one”.
but I'm not the only one.
I hope someday you'll join us
and the world will be as one”.
Sé que me esperas y no te importa si
tendré setenta u ochenta.
Los fantasmas no envejecen,
pero estaré más vieja para cuidarte.
Cantarás acurrucado en mi vientre,
siempre niño,
XL
Seguir lloviendo…
hueso adentro
entre sábanas y sueños rotos.
La piel eligió su invierno,
la lentitud de los relojes mientras deshoja el día su mueca.
A veces el sol arroja sus migajas
y el frío igual,
el desvarío de ser y nombrarse,
cuarenta poemas no bastan para salvarse,
cuarenta años arribaron a la muerte, mi Lennon niño, mi Lennon amante.
Los recuerdos se sacuden la
nieve sobre mis párpados.
¿Quién avivará el fuego?
¿Dónde los amigos o las viejas canciones?
Uno vuelve a las fotos por las heridas que no cierran.
Cada retrato convoca su propio espanto.
El miedo apunta:
Las
palabras
caen
como
insectos.
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DATOS DEL AUTOR
DEL PRÓLOGO: Nelson
Romero Guzmán, poeta colombiano (Ataco-Tolima, 1962). Ganador de varios reconocimientos,
entre los que se destacan el Premio Nacional de Poesía “Fernando Mejía Mejía”
(1992), Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia (1999) y Premio
Nacional de Literatura –modalidad poesía- del Instituto Distrital de Cultura y
Turismo de la Alcaldía de Bogotá (2007). A nivel lírico ha publicado los libros
Días sonámbulos (1988), Rumbos (1993), Surgidos de la luz (2000), Grafías
del insecto (2005), La quinta del
sordo (2006), Obras de mampostería
(2007) y Apuntes para un cuaderno secreto
(con la mexicana Kenia Cano, 2011). A nivel de crítica literaria ha publicado
los libros El porvenir incompleto, tres
novelas históricas colombianas (2012) y El
espacio imaginario en la poesía de Carlos Obregón (2012). Es Licenciado en
Filosofía y Letras de la Universidad Santo Tomás y Magister en Literatura de la
Universidad Tecnológica de Pereira en convenio con la Universidad del Tolima.
PORTADA:
Memories
in green. Óleo sobre lienzo de Diego Fernando Céspedes.
DATOS DEL LIBRO:
Gaitán Bayona, Jorge Ladino. Baladas para el ausente. Ibagué: Alcaldía de
Ibagué, 2013.
Baladas para el ausente fue Mención
de Honor en el XVI Premio Nacional de Poesía
Ciro Mendía 2012 y Premio de Poesía Juan Lozano y Lozano 2012. Este
último premio permitió la publicación del libro dentro del Programa Municipal
de Estímulos de la Alcaldía de Ibagué, desarrollado por la Secretaría de
Cultura, Turismo y Comercio.