Por Jorge Ladino
Gaitán Bayona
(Profesor de Literatura de la Universidad del Tolima).
En la Edad Media, unos irreverentes denunciaron la
corrupción de la iglesia católica y amaron la vida alegre en primavera, a cada hombre y mujer sin importar sus
gustos, fortuna y condición moral. En
vez de sermonear a los “caídos en
pecado”, estos poetas, llamados “Goliardos”,
invitaron a poetizar el cuerpo. A diferencia de quienes obligaban al ayuno y el
recato, incitaban a deleitarse con el
vino, la comida y los excesos.
Dos máximas mueven las aspiraciones de los Goliardos, tal
como advierten en el poema “Regla goliárdica”: “Id por todo el mundo” y “todas
las cosas probad” (Requina, 2003, p. 41)[1].
La primera remite a que los Goliardos fueran los “clérigos vagantes” del
medioevo. Dignos en su condición de extraños, reivindicaron la calle y los espacios
profanos, a través de una poesía en latín
que floreció en los siglos XI, XII y XIII, particularmente en Francia,
Alemania e Inglaterra. Sabían que afuera esperan las historias y los seres relegados a la marginalidad, que recorrer
caminos es reconocerse vivo y sin
orillas para experimentar, nutrir la
sensibilidad y el intelecto. “Todas las cosas probad” revela un espíritu
independiente, aventurero y hedonista. Su concepción frente al ser y el mundo era distinta a la
convencional de la época. En lugar del mundo como “valle de lágrimas”, lo
contemplaron como el teatro de las pasiones. Al hombre dejaron de medirlo bajo
el filo del pecado y la culpa, para señalar
que la vida debía gozarse a plenitud, a veces aniquilando el peso de
tantas metafísicas y temores al fracaso o la condena. De ahí el ansia de placer, libertad y crítica frente a las actuaciones de clero.
Ecos del legado de los Goliardos puede hallarse en una obra
capital de Renacimiento Europeo: Gargantua
y Pantagruel, de François Rabelais, donde la fiesta, la risa, el vino, la
trasgresión de la moral ortodoxa, el gusto por los excesos se legitiman desde
una visión carnavalesca. Es más, la
Abadía de Theleme - en el libro de Gargantúa- es un espacio donde se concreta la filosofía de los Goliardos:
allí las personas tienen una relación directa con su Dios y no requieren de una
vida regulada por testaferros de la fe, rezos maitines y tanta amalgama de
prohibiciones. La máxima de los Goliardos, “todas las cosas probad”, es afín a la única regla de la abadía de
Theleme: “Haz lo que quieras” (Rabelais, 1983, p. 34). Tanto
Goliardos como Gargantua y Pantagruel son glotones y
ebrios. Su sed no es sólo de licor, también de conocimientos. Son sarcásticos y
mordaces contra la doble moral de quienes orientan las instituciones
religiosas. Valoran al hombre en su ser espiritual, intelectual y carnal. De ahí la reivindicación
de lo erótico y de la abundancia en la comida y la bebida. En la creación de Rabelais, al rastrease la genealogía de
Gargantua y Pantagruel, se dice que son descendientes de Goliat. Dentro de los imaginarios que la ficción fue surcando en torno
a los Goliardos se indica su pertenencia a la Orden de Golías o Goliath:
El nombre de Goliardo se explica unas
veces como derivado de gula, a la que tanto culto rendían, y otras como
derivado de Golías, nombre del gigante filisteo Goliath según la Biblia
Vulgata, y que aparece constantemente en los Padres como símbolo y síntesis de
la maldad y sinónimo del mismo demonio. La primera referencia a la gens Goliae aparece en Sedulio Escoto (siglo IX) aplicada a ladrones
de ovejas. En el siglo X el arzobispo Walter de Sens escribe contra la “familia
de Golías”. Más tarde, Goliardi y vagantes
se usan indistintamente para describir a clérigos y estudiantes de mala
vida (Arias y Arias, 1970, p. 8-9)
Estos artistas, en aras de su formación y de tributarse a la creación literaria, para no arriesgar
sus vidas en los conflictos políticos y religiosos del Medioevo, ingresaron a la iglesia. Al recibir la
tonsura y órdenes menores garantizaban acceso a los monasterios (espacios
fundamentales para el estudio del pasado grecolatino); además obtenían privilegios para evitar obligaciones políticas
y administrativas. Gracias al rango adquirido, podían entrar sin inconvenientes
a las universidades. Precisamente a estas instituciones educativas es que los Goliardos
adeudan su fuerza inusitada, tal como expresa Miguel Requina en la introducción
del libro Poesía goliárdica: “Con el auge de las universidades,
tomó fuerza un fenómeno curioso: el de los clérigos vagantes o giróvagos,
estudiantes –no sobrados de recursos- que iban de universidad en universidad, y que llevaban una vida un tanto libre y airada” (2003, p. 3).
Los Goliardos celebraron a las universidades de Inglaterra,
Francia y Alemania que posibilitaron su filosofía de vida y sus versos. Así
como éstas dejaron su impronta en los poetas irreverentes, ellos también la
pernearon con sus legados. Al respecto, Andrés Caramillo indica que los
Goliardos “imprimieron su sello a las tradiciones universitarias: el
inconformismo, la ruptura con los valores establecidos, el aprecio por el
maestro y el desprecio por lo consolidado; las ganas de vivir […] Los Goliardos
fueron los primeros universitarios modernos y por tanto fueron revolucionarios”
(2006, p. 5). Fueron revolucionarios porque contradijeron
el poder de la época: el clero. La incomodad de quienes eran satirizados en
poemas en los que paródicamente se recurría a veces al uso de ritmos, códigos y
símbolos de canciones y liturgias católicas, se evidencia en las declaraciones lanzadas
contra estos jóvenes rebeldes: “Escolares vagabundos y clérigos bellacos” (Yarza,
1978, p. 13). En el Concilio de Salzburgo en 1291 se puntualizó sobre estos
atractivos poetas: “Secta de estudiantes vagabundos, secta de chocarreros,
maldicientes, blasfemos, dados a adulaciones fuera de lugar, que se profesan
clérigos para escarnio del clero. De tal gente nada se puede esperar: se
exhiben desnudos en público, duermen en los hornos, frecuentan las tabernas,
los garitos y las meretrices” (Citado por Yarza, 1978, p. 13).
Los Goliardos posibilitaron una lírica rica en matices e
invitaciones a gozar la vida y el presente: “Cuando es que en la taberna nos
hallamos, / en qué es la tierra, nada no pensamos. / Al juego nos lanzamos con
presteza, / el cual nos lleva a todos de cabeza” (Requina, 2003, p. 98). En ese mundo “patas arriba” de la
poesía de los Goliardos, se contempla como sagrado lo profano. Qué mejor
espacio para los nuevos cultos que la
taberna, donde los seres libres comulgan con el juego y la bebida, lugar arquetípicamente
carnavalesco para aniquilar las jerarquías, de puertas abiertas a la libre
expresión y la catarsis. Es allí donde los homo
ludens entronizaron a sus propios santos. “San dado” es el primero,
de acuerdo con el poema “Regla goliarda”.
Los Goliardos llevaron a unos niveles de intensidad
altísimos el Carpe Diem de Horacio. Poetizaron
la vida y la primavera, la estación de la juventud, la más propicia para el
amor y errar de taberna en taberna y de universidad en universidad. Además, cuestionaron la corrupción del clero y los gobernantes
por la época en la cual se generó la aparición de los burgueses, la activación
de la banca y la circulación del dinero. Al respecto, son sugerentes los versos
del poema “Este tiempo rastrero”: “Este tiempo rastrero / tiene por rey excelso al vil
Dinero. / A este admiran los reyes / y se humillan gustosos a sus leyes. / A
este rey es propicia, / porque es venal, la Curia pontificia. / Llega su
potestad / aun a la misma celda del abad. / Los priores benitos / siguen al
dios Dinero y a sus ritos” (Requina,
2003, p. 126).
Son variados los componentes estéticos en la lírica de los
Goliardos que conmocionan y generan imágenes
ingeniosas, contundentes y frescas. Entre dichos recursos se encuentran la hipérbole, la personificación, la alegoría
y la ironía. Del mismo modo, se detectan características de la carnavalización
literaria como entronización y desentronización, la reivindicación de los
espacios profanos, de la abundancia en el vino y la comida, el humor que relativiza, trasgrede y aspira a
la renovación del hombre. La mayoría de sus poemas corresponde a creación
colectiva y anónima, como un mecanismo de protección ante las persecuciones del
clero. A nivel compositivo, es igualmente oportuno indicar los planteamientos de Miguel Requena en su libro Poesía
Goliárdica (2003): “Su estilo se caracteriza por una nueva forma de versificar, más
sencilla que la clásica, con antecedentes en las secuencias litúrgicas del
siglo XI. Frente a la métrica clásica, no tiene en cuenta la cantidad de las
sílabas—breves o largas—ni, por tanto, las agrupaciones de las sílabas en pies
métricos, sino que, por influjo de los modos de versificar en las lenguas
vernáculas, se basa en el número de sílabas y en el ritmo acentual de las
palabras (p. 13).
Aunque puede mencionarse a
Gualtero de Chatillón, Sedulio Escoto y el Archipoeta de Colonia como
creadores de poesía goliárdica (así sus
formas de vida no correspondan a la que llevaban los clérigos vagantes), la mayoría de
cantos goliardos (conocidos como “Carmina”)
son de autor desconocido. Están recopilados en el Carmina Rivipullensia (conservado en un monasterio de Gerona cuyo
manuscrito data del siglo XII), el Carmina
Cantabrigiensia (hallado en la Universidad de Cambridge, un cancionero compuesto
en el siglo XI) y el famoso Carmina Burana (encontrado en el
Monasterio de Benediktbeuern, Baviera).
Precisamente los cantos profanos del
Carmina Burana -más de
doscientos cincuenta, de los cuales una sexta parte fueron escritos en
alemán- fueron recopilados en un manuscrito del siglo
XIII. Dichos cantos profanos los retomó el alemán Carl Orff para componer, con
el mismo nombre, una de las cantatas más memorables del siglo XX.
De los autores que se tiene noticia, quien mejor sintetizó
en sus versos la esencia y situación del Goliardo fue el Archipoeta de Colonia,
título dado a un artista de nombre desconocido que estudió en Francia y de
quien se conserva apenas una decena de composiciones. Fue un protegido de Reinaldo de Dassel, arzobispo de Colonia y
canciller de Federico Barbarroja. Sin embargo, a pesar de contar con el apoyo
económico y político de quien lo tuvo a
salvo de la muerte por los delitos y excesos cometidos, nunca tranzó con sus
principios estéticos y siempre se negó a la petición que le hacía su mecenas de
celebrar a Barbarroja en sus textos. En su poema
“Confesión” puede hallarse contenido toda la filosofía y
vitalidad de la lírica goliardesca: “Ardiendo
el corazón / en ira vehemente, / yo me confesaré, / lo haré amargamente: / hecho
soy de materia / ligera, inconsistente, / semejante a la hoja, / de los vientos
juguete” (Incluido en la antología de Requina, 2003, p. 41).
En definitiva, los Goliardos son universitarios rebeldes,
devotos de la taberna, de la gula y de los dados, pantagruelistas siglos antes de que entrara “a la luz de este
mundo” (Rabelais, 1983, p. 29) Gargantúa gritando a voces “A beber, a beber” (p.
29). Sabotearon el Medioevo para legar una poesía festiva, loca y rica en
recursos carnavalescos. En ellos habitaba
la poética del vino. El vino es el “agua bendita de la bodega” (36). Torna
sagrados la piel y la sangre, mientras las sensaciones y los pensamientos se entregan
a lo festivo, carnavalizando el cuerpo y liberando las palabras del miedo, la cordura, y el silencio cómplice con abusos
de los centros hegemónicos del poder (particularmente el clero). Del vino es la expresión que no conoce la atadura,
como reconocieron los Goliardos en el poema “Inspiración”: “habla más de lo
justo. / Y yo cuando empino el codo, / hago versos sobre modo; / más sin
báquica ambrosia / no estoy para la poesía” (Requina, 2003, p. 65).
REFERENCIAS
Arias y Arias, R. (1970). La poesía de los Goliardos. Madrid:
Editorial Gredos, S.A.
Caramillo, A. (2006). Los Goliardos. El Aleph. Recuperado de http://foro.elaleph.com/viewtopic.php?t=21571&start=0&postdays=0&postorder=asc&highlight=
Rabelais, F. (1983). Gargantúa
y Pantagruel. Bogotá: Editorial Oveja Negra.
Requina, M. (2003). Poesía goliárdica. Estudio introductorio
y selecciones poéticas. Barcelona: Editorial Acantilado.
Yarza, C. (1978). Carmina Burana. Barcelona: Seix Barral.
Para citación:
Gaitán Bayona, J. L (Lunes 6 de noviembre de 2017). Los goliardos y la poética
del vino. Letralia, tierra de letras.
Recuperado de: https://letralia.com/sala-de-ensayo/2017/11/06/los-goliardos-y-la-poetica-del-vino/
[1] Salvo los versos del Archipoeta de Colonia,
el resto de poemas de Goliardos citados en este artículo son de autoría
anónima. Los datos de cita corresponden al antologista, Miguel Requina, quien
los traduce e incluye en su libro Poesía
goliárdica, Barcelona, Editorial
Acantilado, 2003.