domingo, octubre 03, 2010

PELÍCULA HIMNO Y CONDENA


THE WRESTLER O LA REDENCIÓN DEL SIMULACRO


Por Jorge Ladino Gaitán Bayona

(Integrante del Grupo de Investigación de literatura del Tolima de la UT,

jlgaitan@ut.edu.co)



“Bienaventurados los que no esperan porque nunca serán engañados”, expresó alguna vez Germán Espinosa. Acaso arrojarse en los brazos de la esperanza, el ideal roedor según Baudelaire, termine desatando la desolación por intentar aferrarse a una abstracción que, si no se ha concretado antes, no tendría porque hacerlo cuando las cosas tiran al abismo. Por qué no acelerar pues la caída, o mejor aún, elegirla con la certeza de que existe grandeza cuando se muere como se vive, siempre en contracorriente, por más que la lástima ajena o una enfermedad arrojen sus manidos botes salvavidas: la familia, las segundas oportunidades del amor, el ritmo lento de un corazón que se resigna a esperar la vejez. Esta pareciera ser la opción existencial que asume Randy Robinson en The wrestler (traducida al castellano como El Luchador), la película dirigida por Datten Aronofsky (el mismo de Requiem por un sueño y Pi, fe en el caos), ganadora del León de oro como mejor cinta en el Festival de Venecia en el 2008 y los Independent Spirit Awards del 2008. La película, hecha con un presupuesto de apenas seis millones de dólares a partir de un guión de Robert Siegel, cuenta con las actuaciones de Mickey Rourke, Marisa Tomei, Ernest Miller y Evan Rachel Wood, entre otras. Su protagonista Mickey Rourke (nacido en Nueva York hace 56 años, el versatil actor capaz de transitar de sex simbol en Nueva semanas y media al inolvidable Henry Chinaski, el alter ego de Charles Bukowski en El borracho) obtuvo por The wrestler el Globo de Oro a mejor actor de drama, y los galardones a la mejor actuación masculina en los Independent Spirit Awards y los Premios BAFTA, además de de su nominación al Oscar.

Se trata de una cinta de personaje, donde la mayor parte del tiempo las cámaras captan los movimientos, gestos, discursos y actitudes de Randy "The Ram" Robison (Mickey Rourke). Es como si la propia sombra de Randy narrara la existencia de un hombre en su deterioro físico, pero también en la altura de sus decisiones cuando elige no romper la lógica peligrosa que ha trazado en su existencia, en contravía al sentido común, al miedo propio y las advertencias ajenas. Él es una legenda de la lucha libre profesional en Estados Unidos que, tras más de dos décadas como luchador, ha visto como la difícil supervivencia en los noventa e inicios del siglo XXI (contratos de fin de semana ya no el Madison Square Garden, sino en lugares de menor categoría, el quebranto de su salud, las dificultades del arriendo) lo ponen en una tremenda disyuntiva: seguir en la lucha libre y perecer al saberse aquejado por una enfermedad cardiaca en una suerte de oda a la propia muerte siendo grande entre aplausos, gritos y el rock de sus amados años ochenta como música de fondo o retirarse cuando dictaminan los médicos para volverse un hombre común y corriente que intenta recuperar el afecto de su hija y enamorarse de la única mujer con la que ha tenido contacto en los últimos años (una streaper que vive también su propio drama pues ya no es joven y debe criar a su hijo). Astutamente la cinta explora ambas posibilidades y juega con manipular los lugares comunes del cine norteamericano (donde el amor salva de la muerte) para luego aniquilarlos magistralmente con un final libre de sensiblerías que exalta al protagonista, mostrándolo en la fortaleza de elegir el brillo exacto de su nombre. Cuando la realidad somete a los suyos con afrentas, humillaciones y penurias, sólo queda para Randy habitar los espacios del simulacro (la lucha libre como espectáculo, como ficción donde golpes reales y golpes fingidos se entremezclan para darle a uno de los combatientes el reconocimiento). La redención del simulacro frente a una realidad que acecha y resigna a los suyos. Justamente el encanto de la cinta es cómo, mostrando que una es la vida dentro de las cuerdas y otra fuera de las mismas, lleva a que el espectador comprenda por qué un personaje elige morir como héroe dentro de ellas (sin importar si el combate ya tiene planeado sus artificios, golpes, desafios verbales, vencedor y derrotado). A Randy no lo salvarán los besos de una mujer o el perdón de una hija desamparada desde la infancia, sino los ojos exaltados de cientos de amantes de la lucha libre que se creen los golpes previamente acordados entre dos oponentes. Aquí la apariencia es más fuerte que el ser e, incluso, le otorga dignidad, prestigio y un lugar de lujo en la tierra. El héroe pactado, ya no el hombre cotidiano, se sabe valioso desde la mirada ajena, desde el grito que exalta una identidad forjada en el ring. Dentro de las cuerdas se siente morando una suerte de vientre que, gracias al espectáculo, lo alivia con la certeza de un guión ya establecido que lo protege de su propia soledad y hastío; fuera de ellas, es un exiliado que se debate entre la incertidumbre y la monotonía.

La belleza de The Wrestler reside en que sin ser una película de solo golpes (como promete el título) se torna profundamente humana y psicológica cuando se focaliza con precisión cada palabra y, sobre todo, cada silencio y gesto del protagonista en sus motivaciones, elecciones y orgullo. Además, a diferencia de tantas producciones simplonas que habían abordado la lucha libre sin pensar los dramas internos de sus actantes, en la cinta de Darren Aronofsky subyace un enorme sentido de humanidad y camaradería en la forma como se muestra lo que pasa fuera del escenario con el gremio de luchadores. Ellos, más allá de que el espectáculo los lleve a asumirse como enconados rivales (la lucha maniquea del bien contra el mal donde el perdedor tiene que ganarse la enemistad del público con sus insultos y golpes aparentemente traicioneros), fuera del ring se duelen si un golpe planeado termina afectando la piel del otro; además, se hermanan en sus miedos, entre charlas y copas donde se cuentan la terrible cotidianidad de lunes a jueves, en espacios donde se aguarda la llegada de unos billetes por firmar autógrafos y tomarse unas fotos con personas que, obnubiladas por estar cerca de sus estrellas de la lucha libre, no presienten que más allá de la fiereza de los cuerpos existen actos de amistad, solidaridad y ternura en hombres con historias que merecen narrarse más allá del tinglado.

LA POESÍA COMO CONTRACARA DE LA VIOLENCIA COLOMBIANA EN LOS VELOS DE LA MEMORIA, DE JORGE ELIÉCER PARDO RODRÍGUEZ

  Jorge Ladino Gaitán Bayona (Grupo de Investigación en Literatura del Tolima, Universidad del Tolima)     Ponencia del 13 de noviembre de 2...