Por Jorge Ladino Gaitán Bayona
(Integrante del Grupo de Investigación
en Literatura del Tolima de la Universidad del Tolima
Doctor en Literatura de la Universidad
Católica de Chile,
jlgaitan@ut.edu.co).
Gilbert
Durand en Las estructuras antropológicas
de lo imaginario señala que la revalorización de los imaginarios
nocturnos en la poesía occidental,
gracias al legado de prerrománticos y románticos, ha permitido a los poetas
abrevar en su inconsciente, auscultar recuerdos y ensoñaciones para dar a su
creación estética una sustancia “más inefable y misteriosa” (1981: 209). La
noche es “el reino mismo de la sustancia, de la intimidad del Ser. Tal como
Novalis la canta en el último Himno,
es el lugar donde esmaltan el sueño” (p. 209). Bajo su potestad, los poetas se
arrojan a insólitas metáforas, conmocionan al lector con imágenes cuya belleza
escapa a la fácil asimilación. Es la
“oscuridad deliberada” de la que habla Hugo Friedrich en La estructura de la lírica moderna, la
que a veces sólo otorga “la salvación por medio de las formas” (1974: 54). Formas
que, en todo caso, se permiten fundir el gusto por la escritura con la angustia
de la existencia, ritual del poema en “esa hora en que el horror y la belleza
celebran sus esponsales” (Gutiérrez, 2011: 16).
Justamente la noche con sus misterios -sus
sonidos y conjunciones entre erotismo y miedo- es la que teje y desteje Luis
Eduardo Gutiérrez en su libro de poemas En
la posada de J. Babel (2011), el cual se estructura en dos partes en las
que existen vasos comunicantes: “Migraciones” y “Relación de viajes de Jeremías
Babel a su editor”. Esta bella edición
de la Fundación Común Presencia en su colección “Los conjurados” ofrece 52
poemas en prosa y verso del escritor ibaguereño, con insertos a color en papel
esmaltado de la obra pictórica de Sergio Trujillo Béjar. En la posada de J. Babel había sido Mención Única del Premio
Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia en el 2010, cuyo
jurado estuvo integrado por Eduardo Chirinos, Elkin Restrepo, Juan Felipe
Robledo, María Baranda y Ramón Eduardo Cote. Previamente su autor había obtenido
Premio Nacional del Concurso de Poesía Eduardo Cote Lamus (2007) por el libro Los Cuadernos de Franz (publicado
en 2008), Mención de Honor en el
Concurso Nacional de Cuento Ciudad de
Bogotá 2002 y Mención del Concurso Nacional de Poesía Antonio Llanos de Cali en
1997. Otros libros de poesía publicados son Perseguidos
por el cielo (1995) y Los espejos de
la hidra (2001).
Teodoro Adorno en su Mínima moralia, reflexiones sobre la vida dañada indica: “quien ya
no tiene ninguna patria, halla en el escribir su lugar de residencia” (2006:
91). Migración dolorosa y la escritura como morada, son, a propósito, los temas
principales de En la posada de J. Babel.
Jeremías Babel, su protagonista, refiere en sus cantos seres condenados al
peregrinaje, de miradas turbias, tratando de huir de sus desengaños y memorias;
a donde llegan la vida les es también dura e inhóspita: “Cansados de comer un
fruto seco han escapado/ de territorios de ceniza/ a esta nación de frío”
(2011: 27). Unos y otros son espejos culposos que se miran, no en vano, cuando
Jeremías observa el cristal descubre el rostro de Caín:
Es
un versículo repetido este día.
De
nuevo, Caín tendrá manchadas las manos de negras violetas.
Nuevamente
huirá por su laberinto hasta aparecer
en
el fondo del espejo en el que me miro,
yo,
J.
Babel (p. 47).
Curiosos
“versículos” los que se brindan en el poema “Diario del escritor Jeremías
Babel”. Las metáforas que aproximan en una imagen dos realidades son, a la vez,
atendiendo a Julia Kristeva y Lacan, una figura de identificación: J. Babel es
Caín cuando quiere; escribe sobre errantes,
dejando que en él confluya el desterrado de desterrados, la figura más atormentada
del Antiguo Testamento: el primer hijo nacido fuera de casa (El paraíso), quien
habrá de pagar por siempre la condena de vagar por la tierra con la señal de
oprobio en su frente. Ambos encarnan lamento y maldición, son el lado oscuro de
la Biblia, ante los cuales la creación poética ofrece otras celebraciones desde
la parodia seria: “Una misa celebrada en medio de las ruinas, lejos de nuestras
torres vertiginosas” (p. 66).
A malditos, exiliados y suplicantes que
buscan “la bendición que los guardará de la peste/ en su errancia por las
ciudades arruinadas por vientos/ negros” (p. 30) J Babel les ofrece por un
tiempo su posada, su “casa de viajeros” (p. 30). No obstante les advierte que hay
horas peligrosas y siervos siniestros: “Mejor no pases al atardecer en busca de
este hostal. Desconfía de sus voces. De la tersa amabilidad de su servidumbre.
Ellos, al igual que los nuevos huéspedes, fueron engañados por el anillo y la
mano enguantada de la Señora que rige la casa de paso” (p. 13).
Si
la escritura es morada, J. Babel reconoce
que la suya es “casa de paso”, un lugar incómodo, una belleza que duele y pone
en entredicho la catarsis; por eso al que llega no lo llama huésped sino
“desastrado” (p. 30). Sus metáforas
tienen el sello de la melancolía, la noche que traga y no perdona, ese “sol
negro” exaltado por Nerval en sus poemas.
A sus versos los denomina “flores oscuras” (p. 58) o “frutos secos” (p.
31). ¿Qué otra cosa le queda a J Babel a
pesar de saberse sitiado? La “Segunda carta de Babel al editor” indica:
Escribo por su encargo con la pluma de un cuervo en
la pared
del insomnio.
Mi casera ha atado mi
mano derecha
con una cuerda.
Escribo a pesar de
todo –estos poemas- y el aire
de la habitación
se ha constelado de
murciélagos” (p. 45).
Extraña redención y condena la de la voz
poética: poemas que nacen del dolor y lo perpetúan, poemas que él ofrenda a
Berenice, el otro sujeto primordial en el libro de poemas de Luis Eduardo
Gutiérrez. Ella es, finalmente, el
erotismo en medio de la huida y del miedo. Cuando los poemas no le bastan para
sanarse –no siempre la escritura es morada- J Babel sabe que, en un punto exacto
del invierno y la noche, lo aguarda Berenice; así se lo confiesa ella en la
primera de “Dos cartas de Berenice a Jeremías Babel”.
Mi
cuerpo, hostal que abre las puertas en las noches
de
invierno,
te
espera con la hoguera encendida. Ah de las ventanas que
cantan
y del aire sonoro que recorre mis patios
blancos,
como
si hábiles manos repasaran
todos
los objetos. Mi cuerpo –hostal de infamias-
te
espera, Jeremías Babel, con su insignia de fiebre” (p. 17).
REFERENCIAS
Adorno,
T. (2006). Mínima
Moralia, reflexiones sobre la vida dañada.
Madrid: Taurus.
Durand,
G. (1981). Las estructuras antropológicas de lo imaginario. Introducción a la
arquetipología general. Madrid: Taurus Ediciones.
Friedrich, H. (1974).
La estructura de la lírica
moderna, de Baudelaire hasta nuestros días.
Barcelona: Seix Barral.
Gutiérrez,
L. (2011). En la posada de J. Babel.
Bogotá: Común Presencia Editores.