Por Jorge Ladino Gaitán Bayona
(Profesor de Literatura de
la Universidad del Tolima,
Integrante de la Tertulia Tinta de Búho,
jlgaitan@ut.edu.co).
Preámbulo
En
el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura 2012 Mo Yan resaltó: “la
literatura puede nacer de la realidad e incluso superarla, puede preocuparse de
la política pero debe estar por encima de ella” (p. 9). Esta consideración es
pertinente a la hora de pensar que la narrativa del galardonado escritor ha sorteado
los ataques de defensores y disidentes de la República Popular China. Tal como
refiere en el prefacio de Shifui, harías
cualquier cosa por divertirte, su primer relato no fue publicado por no ser
“suficientemente revolucionario” (2012, p. 18) durante la Revolución Cultural
de Mao, en la cual “los temas prohibidos iban desde las historias de amor a los
errores del Partido” (p. 18). Tampoco
los opositores del gobierno se sienten cómodos con Mo Yan y así lo han
expresado artistas e intelectuales como Ai Weiwei y Liao Yiwu.
A
pesar de haber hecho parte del ejército comunista, en su narrativa lanza duros cuestionamientos a las censuras y
crímenes cometidos por la izquierda contra opositores a los que llamaban
“derechistas” a fines de la década del cincuenta, situación recreada en la
novela Rana o en el cuento “La cura”
(perteneciente a Shifui, harías cualquier
cosa por divertirte). Además, sus personajes no se reducen a la
ejemplificación del bien o del mal; existe en Mo Yan una comprensión de las ambigüedades
del ser humano, pues, como dice en Cambios,
“los grandes canallas tienen algo de héroes y los grandes héroes tienen algo de
canallas” (2012, p. 17).
La
polémica impulsada por extremistas de un lado o del otro que consideran que la
belleza tiene que verse eclipsada por el fervor de una causa política ha
desconocido la calidad de una obra donde un alto poder de rememoración logra
explorar, con una poética sencillez, las fibras interiores de personajes cuyas
historias personales tienen que ver con la historia de China. Mo Yan
contextualiza buena parte de sus narraciones en Gaomi (donde nació) y explora
los periplos de campesinos y seres de oficios sencillos que buscan formas certeras
de derrotar el hambre, bien sea desde el plano de las armas o desde las letras,
como se descubre en la novela Rana. Justamente
el hambre es un tema fundamental tanto en las creaciones estéticas como en las
reflexiones de Mo Yan. Previo al acercamiento a una estética del hambre en Mo Yan, se ofrece
al lector una breve mirada a la biografía y bibliografía del autor.
“No
hables”, el autor.
Mo
Yan (que en mandarín traduce “No hables”) corresponde a un seudónimo del
escritor chino Guan Moye, quien nació en Gaomi, en la provincia de Shandong en
1955. Su familia, de precarios recursos, se dedicaba a las labores del campo.
Tal como refiere en Cambios (una
suerte de libro de memorias), se incorporó al Ejército Popular de Liberación en
1976. A nivel de formación estética fue vital su ingreso en 1984 al
departamento de literatura de Instituto de Arte del Ejército Popular de
Liberación y el inicio en 1988 de los cursos de posgrado en la Universidad de Pekín y el Instituto de
Estudios Literarios Lu Xun. Su primera novela fue Lluvia en una noche de primavera (1981) y de todas las demás
publicadas se encuentran en castellano: El
rábano transparente (1986), Sorgo
rojo (1987), Las baladas del ajo
(1988), La república del vino (1992),
Grandes pechos, amplias caderas (1996),
La vida y la muerte me están desgastando
(2006), y Rana (2009). Una selección
de sus cuentos circuló con el título Shifui,
harías cualquier cosa por divertirte (1999). Justamente el cuento que da título al libro
antes mencionado fue llevado al cine en el 2000 con el nombre Días felices, bajo la dirección del reconocido
cineasta chino Zhang Yimou, quien en
1987 filmó la novela Sorgo Rojo (la
película homónima ganó el Oso de Oro en el Festival Internacional de Cine de
Berlín). Mo Yan es el segundo autor
chino merecedor de Premio Nobel de Literatura, previamente lo había obtenido en
el 2000 Gao Xingjian, dramaturgo y novelista exiliado en Paris desde 1987.
El
hambre como musa: miradas diversas
Artistas
de diferentes épocas han expresado que las guerras y las hambrunas han
inspirado grandes creaciones estéticas. Ante los asedios de la muerte y la
angustia por la ausencia de alimentos quedan los caminos de la catarsis y de la
sublimación. Las precariedades del cuerpo se compensan con los frutos del arte.
Este último puede servir tanto para la evasión como también para confrontar las
miserias de un pueblo. Cervantes dice que “el año que es abundante en poesía,
suele serlo de hambre” (2008, p. 147). Hippolyte Adolphe Taine declaró que “el
hambre suele producir poemas inmortales. La abundancia únicamente indigestiones
y torpezas” (1954, p. 67). Novelas
inmortales estructuran sus tramas a partir de un asunto de hambre que termina
comprometiendo presente y futuro: Jean Valjean robando un pan para alimentar a
su familia en Los miserables, de
Víctor Hugo.
El
hambre como inspiradora de belleza ha sido también objeto de reflexión por
parte de Mo Yan, no en vano el prefacio de Shifui,
harías cualquier cosa por divertirte se titula “Hambre y soledad: mis
musas”. Allí recuerda uno de los días de primavera en 1961 cuando en compañía
de varios niños de colegio no quedó más remedio que devorar trocitos de carbón.
Años después, cuando conoció en el campo a un estudiante al que expulsaron de
la universidad bajo sospecha de “derechista”, le escuchó que una alternativa para comer dignamente era
ser escritor:
El estudiante
derechista dijo que conocía a alguien que había escrito un libro cuyos derechos
de autor habían generado miles, e incluso decenas de miles de yuanes. El tipo
comía cada día jiaozi, esas deliciosas bolas de masa cocida, rellenas con carne
de cerdo, en el desayuno, la comida y la cena, con el aceite chorreando con
cada mordisco. Cuando le dijimos que no nos creíamos que nadie fuera tan rico
como para comer jiaozi tres veces al
día, el ex estudiante nos contestó con desdén:
-¡Es
escritor, por el amor de Dios! ¿No lo entendéis? ¡Escritor!
Eso era todo
lo que necesitaba saber: conviértete en escritor y podrás comer jiaozi tres
veces al día. Es lo mejor que puede haber en la vida. Porque, ni los dioses
podrían hacerlo mejor. Fue entonces cuando decidí que algún día me convertiría
en escritor (2012, p. 16).
Mo Yan resalta que mientras muchos
comenzaron a escribir relatos porque querían ser “arquitectos del alma” (p. 17),
su “motivación era mucho más primitiva: ardía en deseos de comer bien” (p. 17).
Otra cosa fue que con el tiempo fue madurando la idea de que más allá del
talento para contar historias que redundaran en el bolsillo y el bienestar
propio, la literatura también podía
explorar las necesidades ajenas. Tenía claro que se acentúa el “sufrimiento del alma” cuando existe la
“agonía física que conlleva el hambre”. Un estómago vacío despierta con mayor
fuerza tristezas y agudos cuestionamientos a la existencia. Vale recordar el
soneto “Diálogo entre Babieca y Rocinante” en Don Quijote de la Mancha; allí el caballo del Mío Cid dice:
“metafísico estáis” (2008, p. 25), a lo cual responde Rocinante: “Es que no
como” (p. 25). Esta alusión al Quijote en relación al pensamiento de Mo Yan no
resulta gratuita puesto que la obra de Cervantes es aludida en las narraciones
del Premio Nobel de Literatura 2012. Relevante
es, en este sentido, el personaje trágico de Chen Bi en la novela Rana, quien en el Restaurante Don Quijote mendiga a los clientes hablando y vistiendo
como el Hidalgo de la Mancha. Esa necesidad de auscultar el alma cuando está comprometida la supervivencia fue
la que llevó a Mo Yan a consolidar relatos nutriéndose de las propias vivencias
e historias aprendidas cuando vivió en el campo. Al respecto, señala en el
prefacio de Shifui, harías cualquier cosa
por divertirte: “aparentemente puede parecer que cada novela no tiene
absolutamente nada que ver con las otras, pero en esencia todas ellas se
asemejan bastante: expresan el anhelo de una vida digna de un niño solitario
con miedo a pasar hambre” (2012, p. 19).
Hambre,
memoria y escritura
Los
tres elementos mencionados anteriormente son ejes de la novela Rana. En ella hay un curioso juego
metaficcional donde se entremezclan novela, género epistolar y teatro. El
narrador-personaje Wan Zu, cuyo nombre artístico es Renacuajo, escribe 5 cartas
(ubicadas al inicio de cada parte de la novela) dirigidas al autor japonés
Sugitani Gijin. En dichas cartas le cuenta de su labor como dramaturgo y de su
interés de redactar una obra de teatro donde su protagonista es una tía
ginecóloga. Con las primeras cuatro
cartas viene, junto a las reflexiones sobre su quehacer literario, la historia
de la tía que piensa llevar a las tablas (generando entre la primera y la
cuarta parte una novela). Tras la quinta carta viene ya no la narración sobre
la tía, sino la obra de teatro titulada Rana,
donde ella es también protagonista.
En las
cartas de Rana se rememoran los años
de infancia y adultez del anciano narrador,
como también de sus familiares. Su protagonista es la tía Wan Xin (nacida el 13
de junio de 1937). La tía, como ginecóloga, había traído al mundo a más de 8000
niños y practicado 2800 abortos. Como funcionaria del Partido Comunista atendía
en su población las radicales medidas de natalidad proclamadas por el gobierno
en torno al hijo único. La férrea disciplina de la tía y sus peligrosas
persecuciones a parejas que querían ocultar un segundo embarazo ocupan buena
parte de la novela. En su vejez, la anciana tía se casa con un maestro orfebre para
ayudarle a crear 2800 muñecos de barro (perfectos, casi humanos, como si dentro
del barro existiera alma) y así tratar de apaciguar las culpas por cada niño que hiciera abortar
sus manos.
En Rana, lo histórico se cruza con lo fantástico para posibilitar
páginas conmovedoras donde sale a relucir la idea de que la belleza aplaca los
horrores de la muerte. Además, la novela recrea con nitidez la dura vida de los
campesinos en Gaomi y las tensiones entre las políticas de Estado, la medicina
y los imaginarios populares. Esto le da un matiz especial a la obra en tanto se
narran “las creencias, las supersticiones, las referencias históricas con un
cierto tono de picaresca y de leyenda” (Argüello, 2013). La sabiduría popular y los cuentos de los abuelos dan dinamismo a la
novela. Ese aprender a escribir captando los mecanismos con que cuentan sus
historias los viejos de las provincias es a lo que alude Mo Yan cuando en su
discurso del Nobel menciona la influencia de Gabriel García Márquez. A
semejanza del creador de Cien años de
soledad, el alimento para sus ficciones son “cuentos sobre fantasmas y
duendes, muchas leyendas históricas, anécdotas interesantes que estaban
estrechamente vinculadas con la naturaleza local y la historia familiar (2012,
p. 5); fue un largo periodo donde aprendió a “leer con las orejas” (p. 5).
Ese “leer con las orejas” para luego crear ficciones propias entraña
un acto de antropofagia literaria: una obra que se alimenta de otras voces, incorporando
a un texto las virtudes de otros para crear un todo armónico. La antropofagia
de Mo Yan le permitió hacer ficciones a partir de anécdotas, imaginarios
populares e historias de su natal Gaomi. Por eso, sus años de infante
hambriento viviendo o escuchando historias donde se referían formas anómalas de
alimentarse derivarían con el tiempo en relatos con elementos fabulosos: los
niños que comen carbón hacen parte de Rana
y Cambios; aquellos que
masticaron fragmentos de metal figuran en el cuento “Niños de Hierro”, incluido
en Shifui, harías cualquier cosa por
divertirte; incluso los perros hambrientos que devoran los cuerpos recién
fusilados de los opositores durante las “purgas políticas” en la década del
cincuenta salen en el cuento titulado “La cura”. Esa antropofagia con la
cultura oral y con su pasado es resaltada por Mo Yan en el discurso del Nobel:
“Lo que hice fue muy sencillo: contar mis cuentos a mi manera. Mi manera es la
misma de los cuentacuentos de mercado de mi pueblo, a quienes conocía muy bien;
es también la manera de mis abuelos y los ancianos de mi pueblo natal” (2012,
p. 6).
Mo Yan logró estructurar un universo narrativo a partir del
hambre y la memoria; ambas hacen parte del arsenal de sus argumentos pero
también de su propia poética. Sin descuidar la verosimilitud, el recurso
fantástico y las técnicas narrativas aprendidas de sus lecturas del canon
universal, supo alimentarse de los tonos y ritmos de los contadores de historia
populares, al igual que de sus más
íntimos recuerdos. Estos, al ser
refigurados en la ficción, han permitido que en sus relatos se fundan su
memoria individual con la Historia de China.
Referencias
Argüello, R. (1 de Enero del 2013). Mo
Yan, un premio Nobel para ser leído. El Tiempo.
Recuperado de:
www.eltiempo.com/entretenimiento/libros/articulo-web-new_nota_interior-12486461.html
Cervantes, M. (2008). Don Quijote de la Mancha. Lima: Punto de Lectura, Santillana.
Mo Yan (2012). Cambios. Barcelona: Editorial Seix Barral.
Mo Yan (7 de Diciembre de 2012). Mo Yan:
cuentacuentos. Fundación Nobel.
Recuperado de:
http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/2012/yan-lecture_sp.pdf
Mo Yan (2012). Rana. Madrid: Editorial Kailas.
Mo Yan (2012). Shifui, harías cualquier cosa por divertirte. Madrid: Editorial
Kailas.
Taine, H. (1954). Del ideal en el arte. Buenos Aires: Editorial Tor.